jueves, 13 de septiembre de 2012

Un ejemplo de competencia médica en China


Nuestro último día en China parecía un día de trabajo y negocios casi normal. Visitábamos la planta de la empresa en Shenzhen y como hacía casi dos años que ninguno de los dos habíamos estado allí, la encontramos cambiada, con nuevos edificios y laboratorios que indican cómo Chen sigue creciendo. Encontramos una rareza nueva, bastante especial desde nuestro punto de vista.  El laboratorio está lleno de fotos enmarcadas de los miembros de empresas europeas y norteamericanas del sector que han visitado la planta de Chen. Como es un negocio con pocos actores, ello supone que el laboratorio de la planta de nuestro socio en China  tiene fotos de los gerentes de todas las empresas de nuestra competencia. Claro que para Chen son socios de momento en potencia, no debemos olvidarlo.

Pero irse de China sin una bizarría final no estaría a la altura, y sólo hay que esperar a la tarde, Hoy tenemos un nuevo doctor para L. (que en buena hora confesó sus problemas de espalda a Chen), en un hospital privado de Shenzhen. O eso nos dicen, aunque la palabra privado siempre despierta mis sospechas en China sobre su sentido real. El caso es que el sitio es limpio, no hay colas y tiene una organización aparentemente eficaz: ofrece más confianza como lugar médico que el piso casi clandestino de Ganzhou. El doctor que va a tratar a L. (y también a Chen, que ha pasado por las anteriores sesiones de L.) parece ser una celebridad. Varias docenas de fotos en su despacho lo avalan: imágenes del doctor con más o menos años en compañía de famosos chinos que nuestros compañeros de viaje nos describen amablemente: el conocido político, la estrella de la canción, el deportista maduro. Todo ello no asegura, empero, la deseada privacidad. Para que L., después de explicado su problema lumbar que también afecta a su pierna, sea tratado por el médico al que ya llamábamos Electric Doctor, necesitó quedarse en ropa interior mientras un traductor al inglés (yo), otro al chino (Cheng), el médico, la enfermera, Chen, y su socio chófer durante todo el viaje estábamos en la habitación. El doctor eléctrico puso dos agujas de acupuntura a L. en la zona lumbar y otra directamente en la nalga, abrió un maletín del que sacó dos electrodos de una rueda de colores de feria (con intermitencias y todo), le dio uno a L. para que lo cogiera con la mano, otro lo agarró él, y empezó a coger con su mano las agujas aplicadas sobre el cuerpo de L., cuyos miembros empezaron así a temblar como la de una rana en un experimento de vivisección. Y, de vez en cuando, la enfermera cogía un destornillador dotado de un diodo, lo aplicaba sobre la cabeza del buen doctor, y el diodo se encendía, causando regocijo sin par a toda la China ahí congregada.


Duró una media hora y L. afirmó sentirse mejor.

Cenamos con el doctor y con su amante de, calculo, unos 30 años menos que él. Desgraciadamente, resultó ser un pesado de voz chillona que se tiró hablando –chillando muy molestamente más bien- todo el rato, denunciando la falsedad del 90% de los médicos que dicen hacer acupuntura real en China, Shenzhen, o Hong Kong. Fue una pena, porque él solo se cargó una excelente cena de cocina de Shanghai, mucho más elaborada y con mucha caramelización, que gastronómicamente hablando fue de lo mejorcito habido ya en ocho viajes a China…

Viaje realizado en julio de 2012 (etapa iv de iv)

viernes, 7 de septiembre de 2012

Un comunista pagó mi hotel


Hoy regresamos a Shenzhen, pero el viaje supone parar en Quannan, ciudad en la que Chen debe visitar terrenos para una posible planta y formalizar una firma. Tomamos de nuevo la autopista, con sus camiones de varios ejes y sobradamente sobrecargados, su circulación a alta velocidad alternada de periodos de 20 minutos totalmente parados por mor de un accidente, unas obras, o cualquier circunstancia inexplicable, y en Quannan nos recibe de nuevo todo el Partido Comunista local. Nos llevan a visitar tres terrenos; el primero tiene una montaña con tres pequeños picos, y eso les entusiasma porque… ¡parece un Buda que acogerá y bendecirá el negocio! Hay otros detalles que lo favorecen , pero son materiales, tschk: hay un arroyo necesario para captar agua (pero no un río que pueda contaminarse), está cerca de la carretera, y el terreno supondría desplazar a sólo 6 familias de agricultores que en ese momento estaban cuidando sus arrozales ajenos a la importancia que tendría en sus vidas los tejemanejes de los señores que estaban ahora mismo en el terreno.




Si este terreno era de una belleza importante, con un verde insultante del arroz y el resto de plantaciones, el segundo lo supera. Rodeado de montañas con bancales de cultivo, y mucho más amplio, a ambos lados tiene sendos ríos caudalosos, uno de los cuales alimenta directamente a la ciudad. Esto desaconseja su uso, más que el pobre acceso por carretera (el gobierno lo arreglaría), o las 80 familias a desplazar en este caso (el gobierno lo arreglaría). De la ausencia de Buda no se dice ahora nada.

El tercer terreno no consigue visitarse porque los accesos son demasiado difíciles y una prudencia inesperada en Chen le hace descartarlo.

En un lujosísisimo y muy vacío hotel de Quannan tiene lugar la firma mencionada, que resulta ser de mayor apariencia de lo esperado: hay televisión y prensa oficial. Una foto conmemorativa con Chen, los cargos del partido, y los dos socios extranjeros (((---nosotros---))) bajo una banderola con ideogramas que no nos traducen, precede a una comida en una inmensa mesa redonda para 16 comensales. Los GAN BEI vuelven a aparecer, con un vino tinto rebajado, para los que somos invitados estrella. ¡El Partido está encantado! ¡Y borracho! El secretario tiene a la vez otra comida en el salón que está enfrente del nuestro, y entra y sale cuando quiere, y así lo hacen también dos o tres funcionarios que le acompañan.

Las despedidas son efusivas y finalmente nos dejan salir a nuestro destino. Descubrimos que el Partido Comunista ha pagado todas las comidas y el hotelazo del que salimos a la mañana, y, con mil reverencias y sonrisas, nos dejan marchar.

Viaje realizado en julio de 2010 (etapa iii de iv)

jueves, 30 de agosto de 2012

El porqué de un viaje



El porqué del viaje era asistir a una conferencia de nombre terrible, éste: 2010 Industrial Cooperation & Promotion Conference of Rare-Earth & Tungsten in Ganzhou City, Jiangxi Province, China. La traducción real viene a ser así como Conferencia para explotar pero bien los metales de la provincia. Se celebra en el Gran Hotel Jin Jiang de Ganzhou, que es un hotelazo tipo norteamericano, con grandísimos espacios y salones para conferencias, en uno de los cuales se celebra el acto. No deja de ser algo a lo que nunca creí que asistiría, una representación hija del realismo socialista: un cartel enorme en rojo y amarillo con grandes ideogramas chinos preside la sala. La mesa presidencial es larga, en ella se sientan 16 personas, y todas ellas van a hablar (Cheng me informa, amenazante, que se trata de 78 speakers en total). Invariablemente, el speaker está vestido de camisa blanca y habla desde el atril, decorado con telas con flores pintadas. Es varón, de mediana edad, prácticamente grita al público. A veces aplauden, además de al final de cada intervención: siempre 5 segundos de aplausos breves, con el aroma sutil de lo programado.

El tono es siempre grandilocuente, y la seriedad impone. Las palabras son grandes (desarrollo, objetivos, cooperación, inversión, medio ambiente), y no se usan otros medios tecnológicos que la voz. La falta de humor contrasta con el humor y animación que cualquier reunión de chinos muestra siempre. Además, hablan todos los organismos, lo cual supongo busca no ofender a ninguno de ellos: alcaldes, gobernador, secretarios del partido, miembros del gobierno… En un entorno comunista, Ganzhou se ofrece para ser invertida y explotada, y busca el capital que lleve el progreso a su provincia. La traducción simultánea se entiende bien, aparenta ser buena. Todos los conferenciantes terminan sus alocuciones deseándonos buena salud y una excelente carrera profesional. El acto termina con una ceremonia de firma, que es el propósito principal: el partido comunista vende licencias de explotación de minas y plantas a los incipientes capitalistas chinos. Cada empresario sube al estrado con el alcalde de la zona donde compra el terreno. Firman. Fotos. Aplausos. Ya está. Por supuesto, somos objeto de mil fotografías y grabaciones mientras estamos en el acto, auténticas estrellas mediáticas ante la escasez, importante, de occidentales.

Pero nuestra presencia es importante para Chen, uno de los firmantes, porque muestra a las autoridades que tiene negocios con empresas extranjeras que le muestran su apoyo. Por ello, después de los discursos y las firmas, podemos también empezar a visitar minas del mineral de interés y localizaciones para una posible planta de tratamiento del mismo. Esta experiencia cercana al casting deparará grandes momentos durante los dos días en la provincia de Jiangxi…

En mi vulgar imaginario occidental, una mina china es por definición un lugar peligroso. Ya sé que no todas las minas son iguales, que no es lo mismo el carbón que el hierro que la dolomita, pero tras años visitando China y conociendo el nivel de prevención en sus plantas, el hecho de llegar a una mina, punta de lanza de la actividad preventiva por su riesgo inherente, en el país de mayor número de víctimas mortales del mundo en el sector, encendió mi prudencia (por no decir acojono) natural. La mina era en realidad una pequeña colina, a los pies de la cual seguía la actividad rural con aperos y animales que bien pudieran ser los de hace 3000 años. Para llegar, tras dos horas y media de viaje, nos llevan en los todoterreno de fabricación norteamericana de los actuales dueños de la licencia de la mina. Y los vehículos son necesarios pues el firme no es tal. Al llegar, rechazo bajar al pozo. Pero Chen, Cheng y L. descienden en un ascensor de obra, con su casco. Cuando el elevador ha desaparecido, una nube de vapor sube por el hueco, suspirando brevemente como un organismo que acaba de tragar un bocado que le produce gases. En teoría están a 100 metros por debajo de mí, que tengo tiempo de mirar el paisaje, cruzar miradas con un operario que han dejado arriba y con el que la comunicación es imposible, y mirar a los agricultores a lo lejos, o, más cerca, a las mujeres que trasladan en carretillas las piedras de mineral. Tienen un color verde fascinante (las piedras, no las mujeres; aunque habría que mirar sus pulmones, porque nadie lleva protección alguna). El tiempo se estira. Pasa por mi cabeza uno de esos momentos de extrañamiento absoluto. ¿Qué hago yo aquí?, me pregunto. Nada, y no puedes hacer nada. O bueno, sí. Sentir una vibración fuerte, como si alguien echara piedras a la tejavana que protege el pozo. Como una pequeña explosión…



…pero nadie se inmuta. Aunque el corazón me da un vuelco, la tranquilidad de todos me hace seguir esperando inalterable, hierático, profesional. Después de 20 minutos, el elevador aparece por el hueco del pozo. Están mojados por el agua que cae continuamente por el elevador, pero no están sucios. Se lavan las manos y brazos junto a las habitaciones donde viven los trabajadores, en una palangana. ¿El ruido? Lo normal, pues. Una explosión controlada en otra parte de la mina, abajo debió sonar como si no hubiera un mañana. Mira que asustarme…

Las emociones del día se completaron con una cena en la que fue necesario beber un licor de 60 grados completamente inaceptable aunque hicieran GAN BEI de continuo, y una sesión de acupuntura exactamente igual al ritual del día anterior. Como si los chinos no fueran capaces de acabar el día a tiempo, necesitaran siempre más horas. Sólo se podía dormir bien, claro.

Viaje realizado en julio de 2010 (etapa ii de iv)

jueves, 23 de agosto de 2012

El porqué de escribir de un viaje


En realidad, había decidido no escribir sobre este enésimo viaje a China. Ha habido varios desde el último y no todos merecieron crónica. Pero cambié de opinión al ver esto: la espalda de L. (protagonista también de anteriores cuitas chinas) penetrada por 14 (¡CATORCE!) alfileres chinos, calentada por una lámpara y por dos cilindros hechos de hierbas y paño, que arden lenta y continuadamente como cigarros puros, y que una enfermera sostiene a 5 centímetros de su espalda. L. –soy su traductor al inglés, para que Cheng traduzca del inglés al chino- dice que el calor se expande por su espalda y además penetra en su piel. El doctor le ha tomado el pulso y reconocido la espalda. Le dice que tiene que beber menos y que tiene problemas de garganta. L. (que es de Bilbao) afirma correr 12 kilómetros al día y hacer 90 minutos de gimnasia, excepto domingos. Pero el doctor recomienda dos sesiones de acupuntura y masaje, hoy y mañana; obviamente, coincide con lo que Chen nos ha dicho que ha contratado desde un principio.

No era exactamente así, pero háganse una idea.

¿Cheng y Chen? Sí, ya sé, les suena a chiste, pero es como es, hagan ustedes el favor de ser universalistas y tolerantes. Cheng es el agente en Hong Kong, también aparición estelar en anteriores viajes por China. En estos viajes sufre con las traducciones del inglés al chino y viceversa, pero suele sobrevivir airoso y le queda tiempo para el humor (y los negocios). Chen es el gran señor de la empresa socia en China. Todo un carácter. Bueno, casi una fuerza de la naturaleza… ¿Y dónde estamos todos? Estamos en Ganzhou, una ciudad unos 500 km al norte de Shenzhen, desde la que se puede llegar en las emocionantes autopistas chinas. El día ha sido largo, hemos llegado de Europa, atravesado las fronteras entre Hong Kong y Shenzhen, y nos han traído en unas 6 horas de recorrido hasta esta ciudad. No hemos visto aún el hotel, pero hemos cenado y ahora estamos en la… ¿consulta? de este… ¿médico?

Tampoco es que el médico se pareciera a éste... Pero háganse una idea.

Porque podría perfectamente ser el piso del médico y no una consulta oficial. No lo aclaro, pero esto no es un hospital o una clínica, y hemos llegado después de atravesar un patio bien oscuro y subir cinco pisos por unas escaleras con regueros de agua por las paredes, humedad sin fin, y en completa oscuridad. Algo que ustedes nunca harían en una película si suena la música inquietante habitual; ¿verdad?. Hay un salón triste, iluminado por un escaso tubo fluorescente. Las sillas son de plástico, nada adorna las paredes desconchadas que necesitan una manita de pintura, nos sirven un té (el sabor es extraño y no paso de un dedal), hay una televisión apagada y un ventilador. Hace mucho calor. La sala de masajes consta de tres camillas, y no da impresión de demasiado higiénico, aunque tampoco es dramático. El médico afirma que estas técnicas que utilizan son las más avanzadas. Pero, por su lado, la camilla de escay verde le contradice: las zonas en que la guata está rajada y separada gritan la necesidad de, al menos, algo de mantenimiento que no encaja demasiado bien con la supertecnología prometida.

Durante la hora y cuarto de masajes y acupuntura necesito entrar en el cuarto de masajes para traducir las preguntas que hacen al paciente. El humo de los cigarros sanadores llena de aromas la sala. Hay un efecto narcótico. Al salir, en el salón, aunque rodeado de cinco chinos que no dejan de hablar, me quedo dormido un rato. Al cabo me despierto, y, tras un sueño revelador, empiezo a tomar estas notas…

Viaje realizado en julio de 2010 (etapa i de iv)
Distancia Burdeos-Ganzhou:  9812 km.

martes, 5 de junio de 2012

Ah, les vignobles…(iii/iii): Ciudades del Mèdoc


La cita: ‘Moderator’s instincts told him to keep on driving, but he could not bring himself to ignore the young man’s great looks. Before he was aware of what he was doing, he had already stopped the car, had rolled down the window on the passenger side, and was leaning over to ask the goioborge if he would like to get into the car. That was how the goioborge stepped into Moderator’s travel to Bordeaux. For better or worse, that was how the whole business started, one fine morning at the end of the summer’ (Paul Auster, más o menos).



Durante la segunda noche, Moderator, sin duda agotado y saciado por los paseos longos por Mouton-Rothschild, ronca como descosido, sin mesura alguna. Al parecer, todos sobrevivimos, ya que el vizconde nos pregunta con amabilidad por nuestro día de ayer al servirnos el desayuno (de nuevo cruasán sobado), durante el cual conocemos a una pareja de canadienses residentes en Bélgica, con los que departimos en graciosa amistad repentina; ninguno de ellos nos dirige miradas llenas de odio por una noche en vela.



Partimos hacia Lynch-Bages, al sur de Pauillac, donde hacemos una visita completa a la bodega, uno de los landmarks preferidos de Moderator en su peregrinación, recuerdo de una botella degustada hace años. Nos guía nada menos que una guía china, de perfectos inglés y francés, que, al contrario de lo sucedido en Mouton-Rothschild, describe también el proceso moderno de fabricación, y todos los pasos para producir el vino. En este caso, la bodega mantiene las viejas cubas de maceración y los procedimientos de prensado en una instalación ya museo, mientras que la bodega moderna tiene sus cubas metálicas, sus controles automáticos de temperatura, su calentamiento del caldo mediante resistencias eléctricas. La explicación, como corresponde a becaria extranjera que se gana el pan, resulta mucho más completa y entendible. Descubrimos que usan el vino dulce (restos del prensado) para pagar los impuestos al gobierno –que no sabemos para qué demonios lo usará-. Quedo fascinado por el aspecto de sangrado que tienen las cubas tras el trasiego y limpieza, y degustamos dos botellas de vino. 




Nuestra becaria china ha estudiado en Shenzhen a pesar de ser de la otra parte del país (de origen kazajo, de hecho, pero de Xinjiang), así que aprovechamos para unas pocas risas por eso de las casualidades de la vida y por los intentos de hacer aprender al Moderator, sin éxito, un chino básico: hola, gracias, salud, la cuenta. La becaria no entiende bien de todos modos nuestro concepto sobre lo que mejoran los vinos si se acompañan de un buen queso o un jamón. De hecho, nos mira raro al respecto, claro que lo mismo sucede que es un efecto de su mirada oblicua. En cualquier caso, así resulta, por lo menos para mí: los vinos franceses me mejoran mucho si además estoy comiendo, mientras que los vinos españoles que conozco también mejoran pero soportan mejor la prueba de ser bebidos en ayunas. Reflexiones, pues, llenas de profundidad surgidas de una visita mucho más barata que Mouton-Rothschild (6 euros frente a 25), pero más gratificante para el conocimiento, aunque menos para el arte (de hecho, la exposición que tenían de un pintor ignoto era altamente hórrida). La bodega tiene además un pueblecito adjunto muy bien montado, con su panadería tradicional y su restaurante, todo muy cuco y afrancesado.

Tomasa nos dirige después hacia Burdeos por bonitos caminos vecinales cercanos a la Gironda. Entramos en la ciudad casi de tapadillo, entre zonas industriales y nos encontramos de repente junto al río, cerca ya del Pont de Pierre y la Place de la Bourse. Aparcamos en uno de los múltiples parkings espectacularmente grandes y modernos de la zona y comemos un menú excelente en la Place des Jeunes Fares, en un bistró pijín con pinta de modernidad cara, pero que en el menú del día resultó de estupenda relación calidad precio.




Paseamos por la ciudad, un tanto erráticamente, si bien aprovechando los conocimientos de visitas previas del goioborge. A fin de cuentas, Burdeos está a menos distancia de Bilbao que Madrid, si bien no cabe esperar que eso sea lo que le da su porte y elegancia. Entre los comercios bizarros que vemos destacan el centro comercial con su coche estampado en la fachada, una tienda de muebles modernos ultracaros y diseñados por famosos artistas en la que una jamelga con habituales rasgos de gran mujer francesa tuvo cinco minutos sin parpadear a Moderator (quien le pidió tarjeta y todo, interesándose por los muebles mientras analizaba sus piernas infinitas, y obviando totalmente mi presencia en la tienda, con una escandalosa falta de educación sólo comparable a la inconmensurable admiración fisiológica demostrada), o una carnicería kosher en plena Rue de Victor Hugo, hoy convertida en centro multiétnico de la ciudad. 




El recorrido comercial acaba en una tienda de vinos donde el Moderator se obnubila etanólicamente y hace acopio de caldos, pero donde, personalmente, lo más jugoso para los sentidos no deja de ser la propia tienda, una escalera circular de hasta seis pisos con las paredes rebozadas de botellas de vino exclusivamente de Burdeos, y en la que la compra se va haciendo subiendo poco a poco los peldaños.





En Burdeos, el paseo depara hermosas iglesias góticas, y una ciudad cuya arquitectura del centro está varada en el barroco, con fama de ser el mejor museo al aire libre de barroco civil europeo. España tiene su rinconcito con la sede del Instituto Cervantes en el mismo centro, aprovechando para ello la casa donde murió Goya.



El turismo nos agota, pues ya tenemos una edad, así que volamos al cható, Tomasa mediante, descansamos, y cenamos en Les Tallieuls, en Eysines, cerca de Burdeos y motivo por el cual repetimos camino varias veces en la misma noche. Compartimos los primeros, unos canelones de berenjena (sin pasta) con relleno de sardina y carpaccio de dorada marinada. Después ataqué un tournedó de magret de canard. Los platos resultan aceptables sin más. El souffle au grand manier de postre es sin embargo muy poca cosa. Moderator está a punto de reventar, así que pide una infusión y le sirven una cosa llamada verbena sin otra traducción. Le mola, pero pasa todo el viaje anticipando una digestión pesada y una noche toledana. Volvemos al castillo por el camino de zombies habituales, y, a la noche, Moderator deja la ventana abierta y le entra un trolebús volante con una capacidad ruidosa inaudita. Allá en su habitación dejo a ambos seres vivos.

Tras dos líneas de Luis Racionero caigo desfallecido. ¡Un crack!

La mañana conlleva los movimientos rutinarios del viaje que se inicia: desayunamos, empacamos, pagamos, llenamos el maletero, estrechamos manos con el vizconde en sincero reconocimiento de su buen saber, llenamos el depósito, y vamos a Margaux. No les exagero, mis lectores improbables, si les afirmo que en Chateau Margaux el Moderator queda fascinado si no emocionado por la contemplación de los hermosos viñedos, entre los que pasea con soltura mientras fotografía viñas, castañas y caracoles, sin duda atraído por la explosión de vida y color de la hermosa mañana de agosto. Después hace lo propio en Brane-Cantennac, en esta ocasión posando con una botella de reciente adquisición y futura degustación.






Tomamos rumbo a Arcachon, famosa por su bahía con infinitos criaderos de ostras, alimento de gran tradición en tierras de Francia. Las colas de entrada a la ciudad son importantes debido a unas molestas obras que perturban nuestro tranquilo conducir con ruidos, polvos y cruce de excavadoras desatadas. La ciudad es una tranquila población de costa, con su casino y sus hoteles de playa, incluyendo un coqueto paseo junto al tranquilo mar. Apenas nos queda tiempo para comer con una filosofía contraria a la llevada en el viaje (véase foto, observándose, eso sí, la jarra de rica sidra bretona que mojó esta modesta vitualla y con la que Moderator, valientemente, consiguió tragarse un ibuprofeno homérico), y para dar un breve paseo entre tamarindos mirando al mar. No obstante, las terrazas están llenas de franceses devorando bivalvos enormes con fruición: ¡qué cazuelas! ¡qué chorros de limón!





Se acerca pues el final del viaje, el momento de regresar al sur, de olvidar estas civilizadas tierras del norte, su inesperada sensualidad más allá de lo puramente enólico. Estas líneas no han incluido debates sobre lo que el vino nos relaciona con la vida (y con la verdad, que diría uno de los latinajos más acertados), ni profundas discusiones sobre lo industrializado de un negocio algo pomposo y a la vez tintado de una tradición que ya existe sólo para el turismo. No procedía al tratarse de una crónica de simples recuerdos para un futuro; para unos nietos que no lo lean, para una posteridad efímera que, al dejar los papeles al aire, avinagre con su oxígeno acre el color y el sabor de estas letras, pero no de esos días. A bien tôt!!









Viaje realizado en agosto de 2008 (etapa iii de iii)













martes, 15 de mayo de 2012

Ah, les vignobles…(ii/iii): ¡La baronesa!

La cita: ‘With the coming of Moderator began the part of my life you could call my life on the vineyards. Before that I had often dreamed of going North to see the grapes, always vaguely planning and never taking off. Moderator is the perfect guy for the vineyards, because he actually was born between grapes, when his parents where passing through Cigales in 1963, in a 2CV, on their way to Alicante’ (J. Kerouac, adaptación libre).



Tras una noche completamente silenciosa, sin molestias aparentes del vizconde ni sus hospedados, y con el sueño profundo aunque algo entrecortado, y tras disfrutar del bañoducha a la francesa, el vizconde-même nos da de desayunar zumo de naranja, café con leche, y cruasanes con mantequilla y mermelada. Un desayuno simple y recio que merece nuestra aprobación y que sería incluso mejor si el vizconde no nos sirviera los cruasanes usando sus desnudas manos sino una modesta pinza de cocina. Bueno, aunque fuera de plata no pasaría nada. No obstante, acto seguido el vizconde ejerce de enlace turístico y consigue reservarnos una visita al Chateau Mouton Rothschild a las 1030h y en inglés (la visita incluye cata y el precio es 25 € pax). El moderator siente fuertes deseos de besarle con lengua, pero se reprime dada su educación y el respeto innato de la plebe por la sangre azul. Posteriormente, el moderator intenta que este comentario completamente ajustado a la realidad desaparezca del diario de viaje, con éxito nulo dado mi insobornable compromiso con el verismo en la literatura que él mismo gusta de inmortalizar.


Chateau Mouton Rothschild no se distingue precisamente por su sede arquitectónicamente espectacular, ni por anunciarse con grandes ornamentos. De hecho, resulta imposible distinguirlo a la salida de Pauillac si no fuera por un simple y modesto cartel de carretera que encontramos bien a pesar de que Tomasa, que localiza bien los pequeños villorrios de la región, no localiza, orgullosa tal vez, cható alguno.


La visita se inicia con un video de historia de la familia Rothschild, centrada sobre todo en el barón Philippe de Rothschild, gran hombre de vinos y amigo de la crème de la crème mundial, y su hija, la ex actriz (tan ex que no aparece en la internet) Philippine de Rothschild, a la sazón baronesa de Rothschild, quien, emocionada, nos cuenta que en el cható encontró su vida y su destino. El video es francamente horrible, pero el heterogéneo grupo –americanos, sudafricanos, británicos, rusos y españoles- atiende con multicultural respeto. Tenemos después un breve paseo por viñas de diseño y disposición turistas (obsérvense los horribles carteles de cada tipo de uva) y finalmente bajamos a las bodegas.



Nos muestran sólo el proceso digamos tradicional, con las grandes cubas para la fermentación, los barriles para el trasiego, y las bodegas personales de vino extranjero (todo aquel que no es de Burdeos, treinta mil botellas) y vino local (Burdeos, sesenta mil botellas) de la baronesa. La explicación es flojeras y la guía es una francesa estiradita con cara de reprimida que también habla castellano y que nos hace circular con rapidez. Nos dirige, eso sí, al lugar más sorprendente de la visita, el museo personal de objetos de arte relacionados con el vino de la baronesa (en palabras sin duda sinceras del vizconde de Baritault du Carpia: c’est unique, vous savez), donde hay desde piezas mesopotámicas hasta joyas modernas, pasando por tapices gobelinos aparentemente interesantísimos y varios Bacos indecentes dándole al tintorrillo con gusto. No sé yo si hoy en día se aceptaría mucho esto del niño regordete alcoholizándose, pero la baronesa se protege y no deja que las visitas se demoren más de diez minutos, no vaya a ser que la distinguida clientela se dé cuenta de los millones encerrados en esas salas.



El digamos compromiso de Chateau Mouton Rothschild con el arte ya me había sido avanzado por el moderator. Resulta que desde finales de la segunda guerra mundial esta mundialmente famosa bodega tiene por costumbre cambiar de etiqueta cada año, contratando para tal efecto a un gran pintor que les diseñe su imagen anual. Ninguna otra bodega del Médoc hace esto. La costumbre es más bien tener una etiqueta clásica e inmutable con la imagen del cható, inmutable también, con clara intención de permanencia… inmutable, seguramente. Y aunque en Mouton no hay una galería de cuadros originales que pudiera haber hecho las delicias del aficionado de gustos eclécticos al arte que todos encerramos, las reproducciones no dejan de ser sorprendentes. ¿Y todo esto por unas botellas de vino? Como indicación del valor añadido del producto no está mal, desde luego. Este documento incorpora las obras de Cocteau, Picasso, Balthus y Bacon. Una de las más sorprendentes es posiblemente la de John Huston, el director, cuyas aficiones por los pinceles desconocíamos. Pero, Borge, recuerda lo que bebía. Ah, sí, eso es cierto.






La visita se cierra con una degustación de tres vinos de las tres marcas que Mouton Rothschild maneja. Todos los vinos son de añada reciente, 2007, y se les supone alejados de su momento ideal. Están en crecimiento, en proceso de maduración. La pijoguía gabacha hace gorgoritos con el vino en la boca y nos habla de la complejidad de sabores y la paleta de olores, y otras zarandajas. Por supuesto, participamos con la seriedad debida del momento, nos miramos con sorprendente entendimiento y descubrimos vainillas y cerezas entre taninos mientras los yanquis dicen gilipolleces sobre barbaridades hechas al vino en España. Contengo al moderator, que se enerva, mientras demuestra su cariño por mí en el reportaje fotográfico adjunto.


Se me ocurrió decirle al moderator en mi tono habitual (elevando barbilla, vamos), lo siguiente: Chateau Mouton Rothschild resulta una visita más interesante por el mito y lo que le rodea que por lo que debería serlo: el vino. Demasiado exposición, demasiado galería, resulta algo decepcionante su insistencia en métodos tradicionales realizados en lugares que se mantienen impecables, y sin cuba moderna alguna, ni procesos añadidos. Él respondió: ¡escupe, cabrón!

Comimos de menú en Pauillac, y no mal. Pauillac no es que sea un pueblo de demasiado interés, a pesar de dar nombre a una de las denominaciones de origen más famosas del mundo. En el pueblo en sí hay una iglesia poco destacable, y apenas dos puntos de interés bizarro. 

La imagen de la salud en las farmacias de Francia

El pueblo llega a la ribera de la Gironda, donde hay puerto deportivo, terrazas, restaurantes. En el que comimos, y mientras echábamos el cigarrito y una insegura siesta en la terraza, la dueña se nos adjunta a fumar, y nos suelta un bonito speech sobre la crisis, la falta de turismo norteamericano, el cambio del dólar, y el mucho trabajo que tiene. Al menos nos dice donde está la casa del vino (y oficina de turismo) de Pauillac, cosa que le agradecemos en voz alta, guardándonos nuestros sentimientos sobre la puuuta siesta interrumpida. En ella nos damos los primeros coscorrones serios sobre el precio de las botellas (hasta más de 1000 euros por menos de 1 litro de según qué bodega), y el moderator compra unas galletas que producían una sed inminente, y que llegaron de vuelta al terruño, eso sí, masacradas. Acto seguido, comenzamos un tour completito por varios chatós, con paradas continuas para la foto de rigor de viñedos y palacios. Vemos Cos-Labory, Cos d’Estournel, Chateau Montrose, Chateau Lafite-Rothschild (el esfuerzo de encontrarlo se vio recompensado con una propiedad llena de jardines estupendos, árboles enormes, y un encanto continuado, a pesar de que la bodega estaba cerrada), Chateau Lionville-Barton, Chateau Pichon Longueville, Chateau Pichon Longueville Comtesse de Lalande –seguramente el nombre más absurdo de todos los imaginables-, Chateau Latour… Era mencionar uno de estos nombres, y el moderator sufría recuerdos en forma de efluvios etanólicos pasados…


Regresamos al cható del vizconde a descansar, mientras observamos con placidez y satisfacción las viñas al atardecer. El paisaje, con el sol, las suaves colinas llenas de viñedos inabarcables, resulta especialmente estimulante. No obstante, algunos elementos ornamentales resultan disuasorios de esta sensación. Por un lado, los cristos y cruceros que aparecen de vez en cuando en el camino, uno no sabe si para enseñar el camino a antiguos peregrinos de la parra, si están cuidando las viñas como petición eterna de buen clima a Dios o de al menos buenos augurios para la cosecha, o si bien (mi idea preferida) son simples y eficaces espantapájaros. Por otro, las torres de agua, estructuras espantosas de entre diez y veinte metros que jalonan el paisaje, con distintos diseños, y muchas veces coronadas por antenas de telefonía móvil. De hecho, durante dos días creímos que este era su uso, y nos sumergíamos en dudas homéricas sobre la estupidez de tales instalaciones, hasta que un revelador cartel que decía depot d’eau nos sacó de dudas. Suponemos que deben estar ahí para garantizar el regadío en años de pocas lluvias y maldecimos a los franceses por su mal gusto para destrozar el paisaje.



La cena de este día sucede en Le Savoie, en Margaux. Carpaccio de vieiras marinadas (fabulosas) y rape en salsa de uvas y un vino tinto de Chateau La Tour de Bessan completan mi cena, mientras que moderator se decanta por ostras y bacalao. Todo está estupendo aunque ambos platos principales vienen acompañados por exactamente la misma sinfonía de verduras, lo cual creemos que desluce la elegancia de la situación. El restaurante está penosamente vacío salvo por tres trabajadores de lo audiovisual (cámaras en el suelo) que hablan en inglés con acentos europeos. Deducimos que estamos en lo más cool del pueblecito. Resultó finalmente ser la mejor cena del viaje.

La vuelta a Castelnau se ve acompañada del deseo de tomarse una copa. Pero son las once de la noche y el pueblo parece un villorrio zombi. Nos volvemos directamente al cható porque somos decentes y no queremos hacer que el vizconde sufra por nuestra ausencia.

El moderator quiere dormir con la ventana abierta pero las mantas puestas. Manifiesto que semejante deseo me parece absurdo, pero le abandono en su habitación mientras termino la lectura de Ubik y comienzo con la de Filosofías del underground.

Viaje realizado en agosto de 2008 (etapa ii de iii)







lunes, 30 de abril de 2012

Ah, les vignobles… (i/iii): nos enamoramos de un vizconde.


La cita: ‘My moderator had taken his shirt off and was pouring mussels on his chest, to facilitate the tanning process’ (H.S. Thompson, adaptación libre)


Viajar con un moderator siempre tiene ventajas. Conoce los mejores restaurantes, cómo escoger el vino, viene dotado de eficaz GPS, cuenta las historias más increíbles sobre jamelgas, mantiene eficaces relaciones con la nobleza y a raya a los zombis, etcétera, etcétera… Así, hace semanas, en un momento de lucidez enológica, el moderator propuso a este su seguro servidor hollar el mèdoc, recorrer sus viñedos, captar su tanínica esencia de bodega en bodega, y alimentarnos con la dignidad requerida por los caldos de la región. Sucumbí a la elegancia de la propuesta (que nos hagamos un entrecopas, coño), y metido en un coche me vi un martes de agosto…

El moderator me aseguró que además dormiría en casa de un vizconde por un precio ciertamente nimio. Bueno, no exactamente en su casa, no: ¡en el chateau de su proprieté! Siempre tuve la duda de que precio tan irrisorio no se debiera a anteriores relaciones de carácter desconocido entre el vizconde y el moderator, pero ante la posibilidad de que sugerir procacidad tal fuera contraproducente para la armonía del viaje, opté por el silencio. El caso es que el tranquilo viaje desde tierras vascas hasta las cercanías de Burdeos se vio amenizado por los recuerdos del moderator (hostias, Borge. Me he dejado el cargador del móvil) y la aparición de la bienamada TOMASA. Tomasa en realidad es una pastilla crackeada de las carreteras y caminos de Francia, que introducida por el culete del tomtom del moderator nos acompañó en el viaje con dulce voz femenina, acercándonos a los chatós varios, y orientándonos en el tráfico vil de las poblaciones francesas. Tomasa no fallaba casi nunca, aunque fuera algo pesada en ocasiones. Yo llegué a cogerle cariño.

Antes de llegar a Burdeos, paramos en Dax a comer. Dax tiene aguas termales que ya debieron aprovechar los romanos, pero sólo nos dio tiempo a ver una calle comercial con carteles de toros y tiendas con banderillas y banderas españolas (puritita Francia, ya ven) y a comernos un cazuelón de 600 gramos de mejillones al vapor, demasiado pequeños y mal administrados como puede verse en los documentos gráficos (esas cáscaras olvidadas de mala manera, vaya). 



Pero moderator se siente fascinado ante el tamaño del cazuelón y mentalmente apunto que hay que recomendarle ir a Bélgica. Para hacer amistad viril, no obstante, afirmo que soy capaz de disfrutar con un bivalvo en la boca. Pero él censura el comentario con española elegancia mientras prefiere preguntar –con cierta coquetería- la receta de los mejillones enanos esos a la camarera, que además hablaba buen castellano.

De Dax a Burdeos, moderator y servidor demuestran una asombrosa compatibilidad de siestas. Mientras él necesita dormir siesta de unos treinta minutos justo después de comer, aquí al conductor le basta con unos quince minutos de sueño ligero treinta minutos después de comer. ¿No es maravilloso? ¿No empiezan las parejas mejor avenidas con descubrimientos de este estilo? Esta inaudita alternancia de somnolencias cuarentonas permitió optimizar los tiempos de conducción durante el viaje y con la ayuda de tomasa (una señora, una reina), sobrevivir a la rocade de Burdeos, y llegar rapidito a Castelnau de Médoc. Nos acercamos pues a nuestra residencia, el impresionante Chateau de Foulon. A él se accede por un bonito camino rodeado de una frondosa foresta. Se llega a un cuidado claro y a la residencia en sí, un coqueto edificio de algo más de doscientos años (imagino), con torreón para las escaleras interiores, rodeado de césped primorosamente cortado, grandes árboles y una pandilla de pavos reales. Y todo eso desde el coche y en apenas diez segundos de fascinada vista y expresiones indicativas de nuestra plebeyez (oh, le chateau, le vicompte, ou est-il, le vicompte?)





El cható y el vizconde cumplen nuestras expectativas. Aunque el hombre está mayor y lleva bastón (tal vez venga de un tremendo paseo senderista, quién sabe) sube las escaleras con premura y nos conduce a nuestra habitación tras un breve intercambio de palabras en francés. El noble en cuestión se llama Jean de Baritault du Carpia, y ante eso sólo cabe derrumbarse de placer sonoro. La habitación, por su lado, consta de dos chambres cada una con dos camas y un baño con puerta a una de ellas. La decoración es rústica: chimenea, espejo antiguo, escritorio y armario. No hay televisión, no hay teléfono, no hay televisión, evidentemente no hay wifi. 



El cható está lógicamente en Francia, y, como francés, da una de cal y una de arena en el baño. Mientras que la bañera no tiene cortina ni mampara y apenas trae dos minúsculas muestras de jabón como cortesía de nuestro hospedero, cumpliendo así los adorables tópicos del país sobre la higiene personal, la taza del water resulta ultramoderna, con un casi inencontrable botón que pulsar para tirar de la cadena (que hace un ruido infernal, telúrico, que parece surgir de las mismas entrañas del cható y limpiar todas las cañerías del pueblo al usarlo), y, sobre todo, está en la misma estancia que el resto de sanitarios del baño, en contra de lo esperado. El bidet por su lado es enorme y ocupa el puesto central del baño. Constatada toda esta felicidad hospedera, y teniendo intenciones de visitar peripatéticamente los dominios del vizconde, los recuerdos de la intensa vida del moderator reaparecen: hostias, Borge. Me he dejado el necéser en tu casa.

-¿El necéser y todo lo que lleva dentro?
-Pues sí
-Pero, melón, si yo he mirado en tu dormitorio y el lavabo antes de irnos
-Creo que me lo he dejado en el bidet
-O sea, no tienes ni cepillo de dientes
-Estoooo… pues no….
-¡Moderator! ¿Qué es esto? ¿Así se viene a instrucción?

Tal vez fuera una táctica sutil de mi moderator para conocer el mercado francés al por menor. O para conocer de primera mano Castelnau de Médoc, que se distingue sólo por sus pandillas adolescentes (chicos moritos y chicas rubias a las que sus madres visten de… francesas) y, que nosotros sepamos, por sus supermercados, dotados de todo tipo de productos que el moderator tuvo que adquirir. Yo es que en vacaciones no uso espuma de afeitar. Ni champú, ejem…

Las amables indicaciones del vizconde con los horarios e iluminación del cható y sus promesas de llamar a Mouton Rothschild (moderator salivando) por la mañana, un largo y placentero paseo por la proprieté del mismo, con sus 50 hectáreas de césped, bosque, estanque con cisnes, y el establecimiento de relaciones con los pavos reales (quieto, coño), dieron lugar a la primera cena del viaje, en Arcins –pueblo desierto como buen pueblo francés a las ocho de la noche-. Le lion d’or es el restaurante. Tras moderados patés de gallina, el moderator se decide por cordero, y yo por confit de canard. Regamos con vino de la región, no registrado en el cuaderno de viaje; quesos variados de postre. La comida es tradicional y los platos principales son excelentes: la piel del pato cruje con satisfacción bajo el peso del tenedor. En el restaurante una animada cena de más de veinte comensales echa abajo el mito de que en Francia no se hace ruido al comer. Eso sí, el urbanismo fumador es grande: todo el mundo sale fuera del local a echar el pitillo. Y son legión, vive dios, llega a haber más gente fuera que dentro. El maître sale a saludar y, enterado de nuestro origen, da rienda suelta a su ‘español’, que por razones desconocidas suena dos octavas por encima de su tono habitual en francés, causando con ello la vergüenza de la mesa de nuestro lado, una pareja de jóvenes discretos catalanes, que no nos dirigen ni la mirada, posiblemente enfadados al observar dos ejemplares hispanos en la mesa de al lado comer como bestias. El moderator moja su postre con un cognac de precio que no olvidará (culín de alcohol por siete euros, oigan, mejoren la oferta si pueden)

Regresamos al cható, cuyo camino de acceso es ahora un oscuro túnel de árboles con piso de gravilla en que bien pudiera temerse el ataque de un carnicero de Texas desesperado. Afortunadamente, el camino entre el parking y el cható en sí está dotado de modernos sensores de movimiento que activan la luz al detectar nuestro andar elegante –con los brazos por delante, vaya-, porque no se ve literalmente nada.

No podemos comprobar nuestro correo electrónico ni mirar las noticias en el teletexto. Son las 2245h y estamos en la cama.

Viaje realizado en agosto de 2008 (etapa i de iii)
Distancia Londres – Burdeos: 723 kms.