miércoles, 17 de marzo de 2010

NeoBerlín (y iii/iii)

El hoy existe
Por supuesto. Una cosa es que a uno le fascinen determinados períodos históricos, o le parezcan especialmente importantes el conocerlos por aquello del valor pedagógico de las cosas a no olvidar. Y otra es que seas alemán o berlinés y tengas que vivir con ello sin acabar hasta el parrús. Así que NeoBerlín, fundada hace 16 añitos, está lanzada en busca de yo no sé lo qué, pero…
Hay un Berlín alternativo, claro. ¿Acaso se acerca a ese Berlín de los años 20, el del desenfreno belle epoque, el libertinaje sexual y los submundos cabareteros? Uf, no lo creo. A Berlín se la supone llena de squads, pero me atrevo a pensar que seguro que son civilizadísimos si los comparamos con los gaztetxes vascos de los años ochenta, sin ir más lejos. Vamos, eso de que se pueda ir a ellos de copas de manera organizada o que se anuncien en las guías las calles donde hay edificios okupados… vamos, que no hay glamour de barricada en esto, ¿eh?… Es en el Berlín Oriental donde se encuentra más esto, supongo que porque habrá habido más desocupación de vivienda infecta que en el Occidental. Ahora mismo está desplazado del barrio de Prenzlauer Berg, actual joya alternativa de la ciudad. Bueno, alternativa de aquella manera. Yo creo que el barrio es a la vida capitalista burguesa lo que Sundance a Hollywood: más de lo mismo pero con mejor rollito y a nuestra manera. Claro que en el barrio se disfruta un huevo. Con esos bares alternativos tan peculiares (ay, mi Arrebato bilbaino, por qué te cerraron…), o esas tiendas de ropas y accesorios verdaderamente diferentes. No estaba yo consumista, una pena, porque acá se decora uno el aposento como si fuera un popnaïve de veras. Apenas adquirí una camiseta irreverente recordando que también Jesús se levantaba por las mañanas para ir al currelo, y un poster de la versión alemana de Blow Up, que ya ha sido enmarcado (en aluminio, por supuesto). Ahora bien, salir de noche por este Berlín tampoco es cosa tan fácil. Con esa metodología alemana tan conocida por todos, hay guías que indican qué locales están abiertos cada día de la semana, con qué fiestas, o con qué tipo de música van a amenizar al personal. En un día como el lunes 15 de agosto se anunciaban exactamente 26 locales con fiestas, cada una con su musiquilla de diferente estilo. Hay cosas conocidas o que al menos se entienden, como ‘poprockdance’, ‘funkylatin’, ‘elektrohouse’, o incluso ‘apokalyptic, avantgarde, gothic, industrial’, pero cuando leo que hay locales en que se van a oir ‘spanish groove’, ‘asian chill’ o ‘abba-zappa’, verdaderamente se me pierden las fronteras entre especialización y globalización, y tengo severos problemas para escoger dónde ir. En fin, las calles me vieron sólo dos noches entradas. En una, el local estaba lleno de extranjeros, y pincharon sólo rock de los cincuenta (estupendo, por otro lado). En otra, nos decantamos por bares alternativos de Prenzlauer Berg, con decoraciones rarísimas y pinta de no haber pagado ni alquiler ni impuestos, y músicas aún más ignotas. Excelente. No salió mal para no tener ni idea.
¿Y por qué demonios hay tanta juventud en esta ciudad? Ni idea. Había una explicación histórica: los berlineses occidentales no hacían el servicio militar, de modo que la cantidad de jóvenes que se asentaban en Berlín durante la guerra fría fue importante. Ello explica que además los que se asentaran fueran mayoritariamente chicos. Uno diría que a pesar de que esa circunstancia ya no exista, el reflejo social sí lo hace. Los metros están atestados de jóvenes, y los mayores de 40 ó 50 años son fundamentalmente turistas. Bueno, tal vez sea una cuestión de visibilidad, tal vez los berlineses de cierta edad no viajen en metro sino en berlinas como poco, aunque este argumento, que creo posible en Madrid o Londres, me funciona menos con la concienciación ecologista alemana. El metro de Berlín se convierte así en escaparate de modas y vanguardias alternativas, ya que la ciudad y su juventud aspira a ser eso precisamente. No es que la moda de los berlineses despunte por sus marcas, más bien hay una tendencia retro y un aire a segunda mano bastante importante. Las tribus son muy visibles. Se ve punk, se ve cuero, se ven barbaridades como una pareja de cuero y metal en que la chica lleva al chico atado del cuello con una correa metálica. Pero es todo civilizadísimo, oigan, de hecho el silencio sólo se rompe el día que hay partido de fútbol y los hinchas educados como en todas partes hacen partícipe a todas las estaciones de sus efluvios etílicos y sus olores axilares. Por su lado, hay inmigración, pero ahora ya, en Europa, esto no destaca en ningún sitio, está generalizado.
Por otro lado, y a perjuicio de empezar a ver doble, mi comentario anterior no me parece gratuito… juro y perjuro que el número de jóvenes es muy superior al de jóvenas en berlín. Mera estadística de estudiantes moviéndose por el metro de Berlín parece confirmarlo. Esto puede ser fruto de la casualidad indeed, pero puestos a buscarle explicación, ¿cuál más bonita que el hecho de que ésta es la ciudad más maricona de todo el continente? Ni Barcelona, ni Madrid, ni Londres, ni Amsterdam… En Berlín ni siquiera hay barrio gay, porque hay zonas y bares y locales (tiendas algo menos) por todas partes, en todos los barrios, normalmente con la consabida banderita arcoiris que les identifica, ya que no existe un barrio gay como tal, y no hay un apartado en las guías, simplemente se menciona desde el principio que toda la ciudad está trufada. Eso sí, las fiestas y la música a pinchar e incluso el código de ropa o conducta, también viene publicado en las revistas que anuncian los actos para cada noche. Las revistas generales muestran un ‘apartado gay’ por cada noche. Las revistas más especializadas dan más detalles sobre el código de actitud o de ropa. Vamos, que hasta para saber si quieres algo de sado, un poco de fist, ir a una fiesta sólo en boxers o slips, las guías te informan con puntualidad de nuevo germánica. No deja de alucinarme el saber que los domingos a las cinco de la tarde puedes ir a un local de fist fucking a practicar, pero, en fin, estos sajones y sus costumbres... Berlín tiene el único museo gay del mundo (¡creo!), donde se da un repaso harto interesante a la historia del movimiento homosexual en Alemania, con su esplendor increíble de los años veinte, sus pioneros que sacaban revistas y fundaban asociaciones treinta años antes que en los EE.UU., o su médico del diecinueve que se declaró ‘uranista’ o ‘miembro del tercer sexo’ incluso antes de que Oscar Wilde escandalizara al mundo. Hay detalles más feos, como descubrir que una de las pocas leyes nazis que siguió funcionando sin derogación en la República Federal fue una especie de versión de la ley de vagos y maleantes que permitía a las autoridades detener a las personas de conductas indebidas. Hasta 1970, nada menos. El museo el pobre no tiene demasiados medios. Su exhibición temporal homenajeaba a Thomas Mann a los 50 años de palmarla, con toda la historia de su familia y sus novelas y las películas de sus novelas.
No deja de ser un museo que rompe –por falta de pasta- con el resto de los museos no artísticos que puedan verse. Tanto el Museo Judío, el Museo de la Historia de Berlín, el Museo del Muro, la exposición sobre el centenario de la publicación del artículo de Einstein sobre el efecto fotoeléctrico y su primera teoría de la relatividad, etc… son ejemplo del nuevo mercado competitivo existente entre los museos para atraer a las visitas y confirman lo comentado respecto al Filmmuseum. Está claro que el concepto de museo y de exposición ha cambiado, y en cierto modo uno es un ingenuo en darse cuenta en Berlín de semejante hecho viniendo de una de las ciudades en que se ha contribuido (a saber en qué grado) a que así sea, aunque sólo sea por meter a Armani o a las motocicletas dentro del profanable habitáculo del Guggenheim. Pero, je, los berlineses de veras sólo hacían cola delante de un museo, la Neue Gallerie. Había una exposición temporal de Goya… No sé yo, pero no tenía el cuerpo para pinturas, de modo que los únicos cuadros que vi fue en galerías alternativas de Prenzlauer Berg. El único museo de arte as we know it que visité fue el Pergamon Museum, más que nada porque me habrían llamado de todo de no hacerlo, pues rara vez los artes digamos precristianos vistos en museo me han gustado (sólo recuerdo como excelente la reciente exposición del Guggenheim sobre arte azteca, olmeca, maya, tolteca, etc…). Tiene 3 instalaciones increíbles, hay que reconocerlo. ¿Del resto de visitas turísticas que nunca haríais en vuestra ciudad? Yo destaco Sans Souci, el palacio y los jardines que están en Potsdam, a poder ser visitar todas las instalaciones que se desperdigan en los cuarteles de descanso de la familia del Kaiser. Es mucho mejor que Charlottenburg –que está en el centro de Berlín, parte oeste- y recuerda mucho a otros palacios de funciones similares como Versalles o Schönbrunn. Resultará inevitable visitar el barrio diplomático y la Potsdamer Platz, que en acertada definición de un compañero de viaje, viene a ser como la Expo, pero en ciudad y para quedarse. ¿Más curiosidades? Berlín está literalmente lleno de rincones y museos a visitar o que merezcan una foto. La relación sería inmensa… el Deutsche Guggenheim Museum es una caquita (apenas una galería sosa) frente a sus referentes. Me saqué una foto en la sede del Instituto DIN. Me encontré con un botellón en Alexanderplatz, para que vean que no son costumbres del sur…
No olviden que en todas estas visitas se encontrarán con miles de personas de su país. O de Italia, en su defecto, que yo no sé por qué, pero invadíamos el turismo de la ciudad. Se veían más americanos en las zonas relacionadas con el muro, sacándose fotos con los actores vestidos de polis soviéticos en el Checkpoint Charlie, o en el Museo del Muro, y hay cierta presencia de turismo ruso. Pero españoles e italianos claramente ganaban la batalla. Todos además con nuestra Lonely Planet debajo del brazo, que juro que ha tenido que hacer el verano de su vida con la guía de esta ciudad.