domingo, 23 de mayo de 2010

Asturias (y ii). La provincia

Si Asturias es terreno un tanto inabarcable de por sí, imaginen si apenas se dispone de cinco días. Sólo puede picotearse, imponiéndose además la lógica de los agotadores kilómetros por carretera. Si esta además se ve alterada por las caravanas propias de la Semana Santa, las dificultades son mayores. Aunque nuestra mayor retención no fue debido a las vacaciones de la santa clase media, sino a la autoridad (ya les cuento más tarde).

El espectáculo natural propiamente astur más obvio es el Parque Nacional de los Picos de Europa. Y entre lo mucho a escoger por ahí, la discontinuidad ontológica de la meteorología cantábrica, las lesiones en las piernas, y la falta de costumbre montañera, nos llevaron sólo a un paraje no por conocido menos bello, los lagos de Covadonga. Había yo mismo subido hacía 17 años (¡¡¡DIECISIETE AÑOS!!!), y recordaba una carretera sinuosa, un tráfico infernal de subida y bajada, varios tensos momentos junto a extensos precipicios y un coche más adecuado para la función de subir a esos más de mil metros de altura prácticamente desde el nivel del mar.


Esta vez, amaneció un miércoles santo primaveral y azul, y los ánimos eran buenos. El camino sigue siendo estrecho y endiablado, los precipicios no se han ido, los quitamiedos parecen haberse multiplicado, pero además no había casi tráfico, la ascensión es tranquila, y las infraestructuras son mejores. Un par de bares donde antes creo recordar sólo había refugios, una conexión con pistas y escaleras entre ambos lagos, y hasta… ¡¡hasta taxis!! ¿No me creen? Pues…


Arriba el viento es mucho, pero el lugar permanece espectacular y manteniendo cierta adorable virginidad en la que los rastros del ya incontrolable paso humano no parecen enormes a mis ojos inexpertos. Al bajar, de nuevo con tráfico tranquilo, la primavera da paso a un cielo cerrado y un inicio de lluvia pertinaz. Que fastidió la posible visita a Cangas de Onís (donde el puente romano nos fue esquivo, y cansados nos fuimos para acabar viéndolo por sorpresa desde el coche), y en Ribadesella literalmente nos expulsó de puerto y playa a golpes de viento huracanado. No obstante, el centro es practicable aunque sea bajo el aguacero; soportales, algún palacete, casas y calles reconstruidas. Y frente a tales embates del tiempo, sólo nos quedó volver a Oviedo y dejar de sufrir agua en el exterior y disfrutarla en el interior (en forma de spa). Esto de lluvia descontrolada, que no fue precisamente pura maravilla, a pesar de todo, nos fastidió incluso más que la autoridad….


Otros días la meteorología fue más amable. Así, pudimos disfrutar de un Cudillero luminoso, primaveral, lleno de gente, que con sus calles estrechas, su puerto aislado por la montaña escarpada, y sus casas ascendiendo por las laderas se nos antojó un SuperElantxobe, con el que comparte tradición pesquera y encanto tradicional. Es no obstante bastante más turístico. Entre Cudillero y Muros del Nalón pasamos por varias playas ‘con encanto’, con rocas y mareas bajas, y de repente el tiempo se torna desapacible, un ligero calabobos aparece y hay viento. Paramos en Candás, un pueblo costero entre Avilés y Gijón, y las nubes se han despejado y es posible pasear por la playa y hasta hace calor.


Esta locura de tiempo atlántico debiera sernos reconocida, pero ciertamente tanto cambio en tan poco tiempo resulta agotador. El paseo costero termina en Villaviciosa, donde el pueblo alejado del mar resulta de interés. Además de iglesia y palacios, reclama ser la primera ciudad española en la que Carlos V puso pie (para reinar, claro), también tiene un bonito mercado y, muy cerca, pasamos por la fábrica de Sidra El Gaitero, de la que me atrevo a decir que tiene más encanto en su edificio industrial casi centenario que en el contenido de las botellas de su producto. La fábrica está camino de la playa de Rodiles: tuvimos que decidir entre las dos riberas de la ría de Villaviciosa, y escogimos el lado oriental. La playa del final de la ría resulta espectacular, con su longitud importante, su bosque (que me temo sea colonizado por campistas deseosos de barbacoas en el más crudo verano), la desembocadura, la isla de árboles en medio del río.


¿Y la autoridad?

Bueno, la autoridad ha cambiado mucho en este país, tanto en imagen como en formas. La Guardia Civil ya no son dos señores con bigotón, de cierta edad, y malas pulgas a raudales. La Guardia Civil en esta ocasión fueron cuatro muchachos veinteañeros de excelente ver, muy serios pero respetuosos. Nos pararon a la salida de Cudillero. En un principio sólo pidieron documentación del coche, pero (sospecho que) al descubrir la procedencia del vehículo comenzó el carrusel. En medio del cual la radio les informó de que ‘esta persona no tiene causa pendiente’. Pero no por ello terminaron la labor. Con un agente junto a cada uno, con otro en la radio y otro permanentemente junto a la puerta del conductor, nos cachearon por completo, nos registraron maletero (interesantes botellas de sidra y quesos astures que decepcionaron sin duda al señor representante de la autoridad), asientos, bandoleras e incluso la cartera, donde se enteraron bien de qué fotos llevaba o qué dinero me quedaba para terminar las vacaciones. Que todo ello sucediera a pesar de ‘no tener causas pendientes’ o (sospecho que) por venir el coche de Bilbao indica cierto bordear la legalidad, aunque más profundamente indica otra cosa: miedo oculto bajo presunta confianza. Parece que, no obstante, estábamos limpios. No hubo saludo reglamentario al despedirnos, ni reconocimiento de servicio público. No es la más tensa que he tenido, incluso hacía tanto que no me paraban en un control que hasta sirvió de revival, pero no estaba seguro de siguieran existiendo así.

Distancias Oviedo-Covadonga-Ribadesella-Villaviciosa-Candás-Cudillero-Oviedo: 303 km
Comer en Cangas de Onís:
Pulpo, cabrito, y queso gamonéu. Excelentes.








jueves, 6 de mayo de 2010

Asturias (i). Las ciudades ( y ii)

Una visita cultural por Oviedo resulta clásica al estilo castellano. Una buena catedral, que con sus edificios colindantes toma una gran extensión. Facultades universitarias de anciano origen, con claustros tranquilos para el estudio antiguo. Piedra, pero también un aspecto encalado. Viejas plazas. Iglesias. Y esculturas a cascoporro, por doquier, donde mires. Lamentablemente, el Museo Arqueológico está cerrado por restauración, y la Catedral, la de la torre de Clarín, no nos inspira lo suficiente como para pagar por la Cámara Santa y el claustro. Dentro del templo, a pesar de los infinitos parabienes de las guías (o precisamente por eso), no encuentro nada destacable, salvo el magnífico retablo, dotado de varias calles para albergar más de 20 escenas de la vida de Jesucristo. Wikipedia les cuenta la historia del asunto. Obviamente, no puede disfrutarse bien salvo iluminándolo mediante moneditas, procedimiento que por mucho que esté superado turísticamente en el país, sigue encajando bien en la psique de la Santa Madre Iglesia, ¿no?
El casco antiguo de Oviedo conserva encanto medieval y renacentista de calles, cantones, arcos y palacios. Las plazas más chic resultan ser las del Fontán (porticada, pero pequeña para una plaza Mayor, de modo que resulta muy coqueta) y la de Daoíz y Velarde (dotada de un sorprendente Mercadona, céntrico y unfructuosamente respetuoso con la fachada y sus ornamentos), ambas contiguas. El mercado está en la zona, y es (modestamente) modernista y resulta un curioso viaje repentino al Mediterráneo y a la modernidad.
Si hay un monumento verdaderamente excepcional en Oviedo, este es Santa María del Naranco. La falsa iglesia, antiguo palacio de los reyes astures que frenaron a los árabes, está a dos kilómetros del centro, en una ladera que domina una vista impresionante de la ciudad y el macizo montañoso que la acoge.
Tiene unos horarios horribles, y su visita es guiada o no es, lo cual se entiende dado que es edificio antiguo, frágil, no muy seguro, y, aunque su altura impresione y fuera ideado como salón real, su planta es pequeña. El recuerdo de fotos de mis libros de texto me induce algo de respeto por un edificio que seguramente será la construcción civil más antigua de España que se conserva completa. Me gusta que a sus alrededores se acceda con libertad; desde la carretera puede cruzarse el prado verdérrimo, respirar ante su elegancia sutil, y tocar la piedra vieja.
Desde allí también se accede a San Miguel de Lillo, que aunque está también considerada joya del prerrománico astur, se conserva en peor estado, y su reparación doscientos años después de su construcción no la dejó bien parada. Aún así, rota y pesada y rastro de un tiempo mejor, parece una pequeña y vigorosa fortaleza cuyo orgullo le impide caer.
Y queda Avilés. ¿Y quién espera algo de Avilés? Seguramente nadie. Pues bien, ese nadie no está bien informado. Con la fama que le precede, esperaba que Avilés fuera una suma de Sestao y Barakaldo, dominado por la estela de la reconversión industrial junto a un brazo de mar, y en la que dependiendo del esfuerzo por la conservación del patrimonio industrial (y el civil asociado al mismo, como las casas de obreros, por ejemplo), podría rascarse algo de interés. Pero no. Aunque en la larga entrada a Avilés junto a la ría las dársenas de Ensidesa siguen presentes, y aunque ahora mismo están construyendo allí una cúpula blanca moderna y gigantesca que resulta ser obra del viejísimo Oscar Niemeyer, el interés está en un coqueto doble barrio antiguo, dividido en una zona aparentemente más señorial y otra más tradicionalmente más pesquera.
En la zona señorial abundan los soportales, que son múltiples y de infinitos estilos, y que permiten pasear entre la lluvia asturiana (que, tras múltiples demostraciones no solicitadas de fuerza, me pregunto si no sería la primera responsable de echar al moro de la tierra) con algo de tranquilidad. El pueblo andaba revolucionado, pues era día de procesión, y pequeños pasos como los habituales en la costa cantábrica esperaban aparcados entre columnas. Algún palacio ecléctico como corresponde a un buen indiano asomaba entre estos porches de estupenda conservación, que en algunos casos conservan la zona para animales y la zona para humanos con sus diferentes suelos, y, lamentablemente, el supuestamente interesante Parque Ferreira estaba cerrado por ‘vendaval’ (¿?). En fin, moviéndose hacia el barrio pesquero se encuentra la Plaza del Mercado, una joya por su rareza: muy elevadas columnas de hierro soportan miradores porticados de inspiración marinera, y un edificio central debe cumplir las funciones de mercado tradicional. Y desde la plaza se puede subir al barrio e iglesia central de la antigua zona pesquera de esta ciudad coqueta que un día se vio arrastrada por la industria, que le cambió su reputación para siempre.

Comer en Oviedo:
Restaurante Sidrería Tierra Astur
Tabla de quesos y chuletón a la piedra (ambos maravillosos). Sitio popular, con barra y mesas, servicio rápido y amable que no hace más que llenar los vasos de sidra. Peligro de cogorza.

Restaurante La Taberna del Zurdo
Tortilla abierta de bacalao, tataki de salmón, pixín frito –viene a ser medallones de rape a una romana ligera-. Aunque todo es altamente moderno, resulta de calidad y precio excelentes

Restaurante La Goleta
Anchoas, bacalao a la brasa, alcachofas con almejas. Excelente calidad, pero muy caro y de ambiente –imitando un barco- y servicio envarados. Mesa pijovieja al lado, con dos machos alfa, dos señoras y una joven. En su conversación, impuesta a todo el local y llena de anécdotas del alto Madrid, recuerdan a Arturo Fernández.

Restaurante Faro Vidio
Sushi con foie (curioso), lechazo a la sidra (bueno), verduritas plancha (pasadas). Se publicitan como poseedores de una joya: un chaval de 18 años hijo del jefe y que estudia ahora mismo con Berasategi. Tendrá que trabajar mucho…

Distancia Oviedo-Avilés-Gijón-Oviedo: 93 kms.