sábado, 25 de septiembre de 2010

En el corazón de la bestia: US San Diego Naval Force


Llegar desde el frío Cincinnati, en pleno marzo, a San Diego, es toda una impresión. No sólo estamos a veinte graditos. Es que luce el sol, desde el avión ya se veía el mar, las colinas con sus casitas, los barcos cruzando la bahía, y desde el aeropuerto se divisan palmeritas, y mucha mayor mezcla de razas que en el waspérrimo Ohio. Uno diría que esto parece Florida, y en efecto no debemos ser los únicos que han pensado en ello. Uno de los mayores atractivos turísticos de San Diego es la isla de Coronado (sí, en efecto, como el apellido de nuestro actor más seducteur) donde se conserva el Hotel del Coronado, al parecer uno de los edificios norteamericanos de madera más grande que se conservan, construido en los años veinte y que sigue en activo -y da unos desayunos de miedo-, y que le sonaría a cualquier mortal. La razón es simple: aquí se rodó ‘Con faldas y a lo loco’, y en verdad es fácil recordar ese ambiente retro sin necesidad de ver las fotos de rodaje de Marilyn Monroe y Jack Lemmon que empapelan algunos escaparates de las tiendas del lugar. Casi podría parecer una construcción fantástica de la Disney, con su color blanco y rojo, su madera, sus almenas, sus pináculos. Siente uno una especial emoción al reconocer las columnas del salón donde dieron pasaporte a Botines, o por donde Tony Curtis corrió subido a sus tacones de músico de la legua. Bueno, algunos raritos, británicos para más señas, piensan que el lugar será recordado por ser donde se conocieron la pareja de hombres más famosa del siglo: Eduardo VIII y Wallis Simpson. Pero dejémosles que piensen a su manera.

Por lo demás, la ciudad no me ha parecido gran cosa. Es sorprendente cómo la venden los americanos y los británicos, pero creo que es por comparación. Siendo las ciudades americanas por lo general un espanto de cemento, tráfico y ruido, lugares sin apenas lugar en la historia y donde todo se diluye en la monotonía de un país construído por igual en casi todas partes -casi como si desde un principio hubieran aplicado los programas de ahorro de costes-, San Diego viene a ser una ciudad media que sin distinguirse tanto frente a las ciudades de interés estratosférico (Chicago, NYC, San Francisco, Nueva Orleans), al menos no es impersonal, se puede pasear, tiene unas playas cercanas estupendas, con una arena finísima y sin polvo, se puede visitar y es, como diría un alcalde en periodo preelectoral, crisol y cruce de culturas. El principal punto de interés de la ciudad sería el Gaslamp Quartier, centro más histórico de la ciudad, que conserva algunos viejos edificios de estilo colonial con sus balcones, su ladrillito, su blanco y azul, y que recuerda en algo, por momentos, al viejo barrio francés de Nueva Orleans. Hay sus tiendas y hoteles y zonas más alternativas y pubs peculiares. Pero es escasito, en realidad. Coincidir ahí con el martes de carnaval y la burda imitación del Mardi Gras de la sucia ciudad del Mississippi casi lo confirma. En Nueva Orleans estuve antes del 11S, es cierto; tal vez allí también pidan ahora identificación para entrar en el recinto ferial, con registro de bolsos y abrigos, después de haber pagado 10 dólares por entrar en calles públicas, sólo para que hordas de adolescentes bebidos arrollen prácticamente a las pocas mujeres que se atreven a levantar sus camisetas, las inunden de fotos, intenten hacerse ver desde las ventanas y los escasos balcones, o bien pasen por tu lado increpándote por hablar en castellano (algo sorprendente: dos negros llegaron a decírnoslo), mientras la policía se aposenta en cada esquina y, mala suerte eso sí en San Diego, cae la lluvia sobre la ciudad. Al jefe le regalaron un collarcito de 'beads' del carnaval, los que regalan los hombres cuando las mujeres enseñan las tetas, una chica cargada de ellos que pasó a su lado. Contento se puso el hombre.


San Diego tiene, además, un muy curioso parque, el Balboa Park, lleno de edificios resultado de alguna exposición que tuvo lugar en la ciudad en los años 10, a medias entre lo colonial y lo barroco, un lugar algo extraño y con encanto, pero al que más vale intentar llegar en coche y no 'dando un paseíto', que puede convertirse en una experiencia algo más pintoresca de lo deseado si no se sabe que hay que cruzar unas cuantas autopistas y ser objeto de las miradas de los jovencitos no se sabe si interesados, bebidos o bromeando del High School de la ciudad. El downtown es bastante pobre, aunque los centros comerciales tienen un curioso gusto por los colores pastel, las pequeñas tiendas pintorescas y los corredores al aire libre. Verdaderamente es este el país de los centros comerciales, ¿será cuestión de tiempo ver algo similar en países donde el tiempo también acompañe, como acá? Otro lugar menos interesante de lo esperado es el 'Old Town', primer asentamiento mexicano, así le dicen, de California. No hubo tiempo para investigar esta zona alejada del centro, con su iglesia de misión española, o sus casas de madera, pero no sé si merece: arrasada por el comercio y el turismo, llena de restaurantes de cocina mexicana para disfrute de los yanquis, es al menos un sitio en el que no tienen reparos en hablarte en español.

Porque esa es otra característica de San Diego: el enorme número de hispanos que se ve por todas partes. Aunque ello no asegura que vayas a practicar con facilidad la lengua de Cervantes. No, para nada. La mayoría de ellos trabaja en la hostelería, en hoteles y restaurantes, también como dependientes de tiendas. Y muchos rechazan hablarte en español incluso cuando en algunos casos les insistes. A veces parece miedo, puesto que el jefe puede estar mirándoles, mientras sirven la mesa o intentan explicarte algo de ese regalito que intentas comprar. Y otras no sabe uno si es que reservan el español para sus relaciones personales o que no encaja hablar en español si se trata de trabajar. Una chica de un restaurante nos indica que 'ustedes los españoles sí que saben hablar el idioma', y cuando uno intenta desmontar semejante chorrada, le sueltan que 'tampoco los americanos saben el inglés bueno, ese lo saben los ingleses', argumento de cierta contundencia pero que no creo aplicable al español. Busco en las librerías, algo pobres y escasas de San Diego, algún estudio sobre spanglish. No existe, no lo encuentran, no saben de qué hablo, y me remiten a una colección interminable de diccionarios de inglés y español. El empleado es de origen hawaiano o polinesio. Pero también hemos encontrado hispanoparlantes en mayor número de lo habitual en la feria que venimos a visitar. Estos, dedicados más a los negocios, no tienen reparos en hablar en español, menos mal. También es lógico, se supone que no viven acá, o si lo hacen no tienen el problema de los anteriores, tal vez ilegales y lógicamente temerosos. Abundaban peruanos, colombianos, mexicanos, argentinos. Tampoco tienen reparo los que trabajan en restaurantes mexicanos: parece parte del encanto el ofrecerte las margaritas -del tamaño de un katxi- 'en sus rocas' (on the rocks = con hielo) y en español. No puedo decir nada del restaurante español de la ciudad, en que no entramos. El 'Café Pacífica', con un banderolo español de impresión en la entrada, dos carteles grandísimos que decían 'Sevilla' y, según nos confirmaron unos clientes franceses que sí fueron, servicio vestido de flamenco. E hispanos se veían muchos en las calles vestiditos de marineritos. Como si esto fuera el NYC de las viejas películas de la IIGM, por ahí se veía a los muchachos marcando todo tipo de musculatura con sus uniformes ceñiditos de la Navy y sus caritas tiznadas recién salidas de la adolescencia pasear por las calles los poderes del ejército escogido por Dios para la última cruzada. ¿Es ironía que ahora sean los hispanos, segunda minoría del país, los que nutran al ejército americano? Me dijeron que Bush, al cepillarse el programa de ayuda a las madres solteras, había conseguido reducir drásticamente el número de niños negros que había nacido en el país en los últimos dos años. Así, instantáneamente. Parece que eso no funciona con los hispanos y su educación católica. Curioso que monten estos señores una guerrita de vez en cuando a la que enviar a los hijos de las minorías o a los pobres del país.


Los marineros en las calles responden a lo que en realidad da importancia actualmente a San Diego: la base naval más importante en el territorio americano del ejército de su majestad el Tío Sam. Mientras estuvimos allí salió el Nimitz de la misma (una enormidad, bien se veía desde el boardwalk deportivo de la ciudad) y al parecer fue la gran atracción turística del día. No lo sabemos seguro, pero teníamos una reunión con los miembros británicos, españoles y americanos de una multinacional, y nos tememos seriamente que los cuarenta minutos de retraso que les costó aparecer a los angloparlantes que debían estar allí se deben a que salieron al puerto a despedir gorrita y banderita en mano al barco. En el paseo marítimo de San Diego una estatua de un soldado abrazado a una chica inmortaliza tales momentos inolvidables. También hay un memorial que recoge los nombres de todos los ‘aircraft carrier’ del país. Luce el sol como en los días de gloria. Una avioneta como las publicitarias que vemos acá en el verano del Mediterráneo reivindicando a Ruiz Mateos expone un mensaje sucinto: 'Free Iraq'. Dos días más tarde sale otro portaaviones que hay en la base, su destino es Corea del Sur. Este despierta menos adhesiones. No ha habido tiempo para disfrutar de las excursiones a esos sitios cercanos a San Diego, como pueden ser La Jolla o Palm Springs, donde se refugian golfistas, cineastas, o simplemente acaudalados. Tampoco pasamos a Tijuana. La verdad es que visto el plan que nos planteaban (cenita con coro de mariachis de fondo), casi es mejor. Que esa no parece la Tijuana canalla de Manu Chao.

Antes de volver a casa todavía nos esperaba una escala en la real America...

Distancia Cincinnati – San Diego: 3490 Kms
Viaje realizado en marzo de 2003 (etapa ii/iii)

martes, 7 de septiembre de 2010

cosas que hacer en cincinnati si estás bajo cero...

...y encerrado en tu hotel


Cincinnati. La mejor imagen nocturna viene de una página de juego: ésta

1.- maldecir a la Guardia Civil: dos jovencísimos guardias civiles (si me hubiera esforzado, creo que podría haber sido su padre) tenían montadito un control en la salida de la autopista hacia el aeropuerto de Bilbao un miércoles a las seis menos veinte de la mañana. Una cola de siete coches, histéricos todos (puesto que no son horas para ir al aeropuerto 'con tiempo por si pasa algo'), tres de ellos taxis. Estoy pues en el séptimo coche, el tercer taxi. No paran a nadie, excepto a mi taxista. Abre el maletero. Al chaval no le gusta lo que ve, así que el pasajero (-moi-) tiene que bajarse y abrir su equipaje sobre el asfalto de la carretera, bajo los focos y atenta mirada del siguiente coche y de otro guardia civil metralleta en ristre, para que el muchacho en cuestión introduzca su mano entre camisas, trajes y calzoncillos primorosamente enfundados mientras pone su barra reflectante amarilla a una distancia de mis ojos que ni el pobre Miguel Strogoff. Del escaso examen realizado no se sacó ninguna conclusión sobre la condición sospechosa del estudiado. No debieron darse cuenta de que llevaba armas de destrucción masiva en mi corbatero, en forma de colores inalcanzables al ojo humano. Abro también el equipaje de mano, por el cierre del portátil: las sospechas se desvanecen, pues llevo dos libros. No necesitan ver más. En fin, que empezábamos bien.

2.- maldecir (aunque no tanto) las medidas de seguridad de los aeropuertos yanquis: un asian-american (juraría que coreano, se llamaba Mr. Kim) era el encargado de vigilar el equipaje de facturación en Newark, el tercer aeropuerto de NYC, al que llegué tras mi conexión via París y un estupendo vuelo en clase b’ness con sus raciones de foie mi-cuit, sus quesos y sus vinos de Burdeos (y un cristo de narices por esa manía que tienen a uno de confundirle hablándole a medias en inglés y francés), y del que quería salir en dirección al frío Pittsburgh. NYC también estaba fresco. Nevado. Gran impresión divisar Manhattan desde lejitos y verle que le falta irremediablemente algo, ese algo en lo que uno se fijó lo primero la primera vez que vio la ciudad. Mr. Kim me hace darle la clave de apertura de mi maleta, que le ha llevado un african-american conmigo al ladito (increíble lo que tienen que gastar en personal). Abre la maleta y al chorra de él no se le ocurre sino elogiar lo organizadito de la misma. Gruño un 'really?' y el tío se desata: que si no sé cuántas maletas tiene que abrir al día, que si la gente es un desastre preparando maletas... estoy por comentarle que a la mía ya le había echado mano la policía de mi país de origen, pero no sé si es bueno bromear con eso. Veo el aeropuerto menos tenso que los que visité el año pasado por estas fechas, pero no digo ni mú. Luego hay que pasar seguridad. Sí, extraer el portátil. Pero no me hicieron encenderlo, y no comprobaron el móvil, y no me registraron enterito. Sólo hubo que quitarse los zapatos. No es mi caso, pero seguro que dadas las condiciones olfativamente expansivas de la parte inferior de las extremidades inferiores de algunos humanos, esta gente sí que ha debido estar 'under attack'.

3.- constatar la buena salud del nacionalismo en países grandes, tal y como lo está en países pequeños: banderas en las puertas de las casas, banderas por todos lados -no es que esto sea nuevo-, pero, coño, que parecen más grandes, no sé si tipo la Plaza de Colón, pero casi. Anuncios en las autopistas: 'United we stand'. Creo que menos que el año pasado. Aunque veo uno peor que todos en la carretera de Pittsburgh a Cincinatti: cartel luminoso que se enciende 'God bless our President Bush'. Uno puede admitir que pidan que les bendiga el país el señor demiurgo todopoderoso, pero que les bendiga al tocino este que ni ganó las elecciones...



Pittsburgh, entre ríos

4.- alucinar con lo poco que se cortan: muchachos y muchachas, que sepais que fuimos superamigos y que la actitud de nuestro amado presidente fue muy positiva, faltaría más, para el comercio, que es lo que importa. A continuación adjunto un párrafo que he tenido que escribir en uno de los informes enviado a mis amados jefes –llamemos UKXXX a una empresa británica-: "Os hago un inciso: tal vez no debiera mencionarlo, pero afectó al desarrollo normal de la visita: Michael cortaba continuamente la conversación introduciendo comentarios sobre la situación política internacional actual. Tuvo para todos: se metió con la mano de obra de los chinos y las zapatillas que hacen para Nike, con los suecos por haber sido neutrales -en la empresa hay actualmente un jefe de compras sueco-, con los alemanes por haber sido nazis, y con los franceses... pues por todo lo que se os ocurra. Comentó lo agradable que fue la visita de Aznar la semana pasada a Bush y lo bien que están ahora los americanos con los españoles. Para rematar, le dijo a Jerry que esperaba que Blair no se echara para atrás, porque tal vez UKXXX no sería bien recibido de nuevo. Casi dio a entender que si tenemos alguna posibilidad es por ser españoles." Y no lo menciono en el dichoso informe, pero el tío despreció cualquier opinión que la gente del espectáculo pudiera tener: 'What the fuck does Susan Sarandon know about oil or terrorism or Iraq? Come on, tell me, does Martin Sheen know more than Condoleeza Rice on this? Is Danny Glover or Tom Cruise -oh, cámon, Tom Cruise, are they even serious about this?- more clever than Colin Powell???' Uno se calla, claro, aunque no puedo dejar de resistirme a un pequeño triunfo moral: decirle que qué bien habla español el presidente Bush, y su hermano no digamos, aunque diga que España es una república. Respuesta: 'ah, but you are a monarchy?' Suspiro, claro. Y sólo se me ocurre replicar que ahora mismo los EE.UU. sólo se llevan bien en Europa con las monarquías y no con las repúblicas. No sólo es flojo, es que además no es del todo cierto, pero los elementos lo desbordan a uno. Después, en la tele, no puede decirse que uno vea eso del antibelicismo de la gente del espectáculo. Me encuentro con Bruce Willis sustituyendo a Dave Letterman en su late show, y con Jay Leno donde siempre (NBC), y ambos hacen todo tipo de chistes sobre Saddam, sus mentiras, y hablan sin reparo de la guerra, los precios de la gasolina y lo que van a subir los empaquetamientos de plástico, mientras que la figura de Bush simplemente no aparece. Y eso que un yanqui me ha llegado a reconocer que Saddam es muy listo, y con una mueca de cierto desagrado, a admitir que está jugando con Bush -obsérvese la consecuencia del silogismo, que nadie explicitó. Sintomático. Asqueado, apago el monitor, pues en la HBO sólo dan ‘Ocean's Eleven’, y uno sufre de ver el talento desperdiciado de Steven Soderbergh. Claro que se forró con ella, eso sí.

5.- aprender cultura india: dicho sea con doble sentido. Por un lado, devorándose en un único día de viaje El Buda de los suburbios, de Hanif Kureishi, una novela en que por momentos incluso se parece a Julian Barnes, y que le salió de lo más divertida: de nuevo jóvenes paquistaníes y sus relaciones con ingleses durante el swinging London, la aparición del punk, etc... (acabado ya, ahora le estoy dando a mi primer Luis Landero, Los juegos de la edad tardía). Y por otra, preguntarme, en las carreteras de Ohio con reservas indias, si los indios seneca se llaman así en relación al estoico cordobés. Le hago la pregunta a mi querido agente que me lleva de viaje por estas tierras, y por supuesto no tiene ni idea de quién coño es el filósofo ese. Busco en la web y no encuentro si hay relación de nombres. Pero sí veo que los seneca eran parte de los indios 'iroq'. ¿Y bien? Nah, tonterías mías, a esos indios dedica Jam-iroq-uai su nombre y sus discos funky esos que parecen de la Earth, Wind & Fire. No se lo digo al agente. Lo mismo me mira más raro aún, él que lleva sólo varios cedés de James Taylor en la guantera. Es que también le he explicado que cuando el presidente Aznar nos dice a los españoles que confiemos en él porque sabe que Saddam es malo y tiene cosas malas me da por pensar que lo sabe tan seguro porque él mismo se las ha vendido. Me ha mirado mal, lo vi entre las risotadas que se echaba, las de salesman moderno, las de hijo de Willy Loman adaptado a los tiempos.

6.- y, sin embargo, dejarse fascinar, aunque cada vez menos: extrañar a los empleados de los aeropuertos, emigrantes hispanos, al hablarles en español en acento que no reconocen, pero disfrutar del calor de su acogida. Comer en dos días en un italiano (pidiendo vino francés), un francés (pidiendo vino francés), un americano (pidiendo vino francés) y un mexicano (pidiendo, en español, una cerveza mexicana). Maravillarse ante los puentes sobre el río Ohio, viejas reliquias de los años veinte, de estructura metálica de cobre roído, y diseño envolvente y apasionante. O ante los camiones iluminados, agresivos y espectaculares, capaces de adelantarte a toda pastilla, o de encender la noche como si esto fuera Osaka. Y dejar perder la vista en las flatlands de Ohio tapadas por los treinta centímetros de nieve mientras las vacas aprovechan la poca zona de verde libre, o los caballos blancos y marrones trotan en las granjas, casi en estado de semilibertad. Evocar las viejas canciones de Van Morrison al cruzar el río Allegheny en el centro de Pittsburgh mientras se siente algún indicio de ataque místico. Ver los pueblos llenos de iglesias, que parecen repartir simonías, no muy lejos de las reservas amish de Ohio y Pennsylvania, parar en alguna gasolinera y ver que se venden muebles hechos a mano por los cuáqueros, y recordar a Harrison Ford, Kelly McGillis y Lukas Haas en aquella vieja película...

don't'now much about history...
...what a wonderful world this would be

Los puentes de Ohio State

Distancia Johannesburgo - Cincinnati: 13.300 Km
Viaje realizado en marzo de 2003 (etapa 1 de 3)