sábado, 19 de febrero de 2011

Death of a salesman

Ay, señor, señor, ya sé yo de qué se moría el viajante. De puritito agotamiento, oigan. Al cambiar de agente en Norteamérica, toca conocer clientes y… Jornadas agotadoras. Kilómetros y kilómetros, pasando por multitud de estados, en avión, en coche, en todoterreno. Restaurantes de carretera, de las cadenas medias de comida. Paisajes, huracanes, alguna ciudad de vez en cuando. La nada circundante....



Batí el récord de estados en un día, nada menos que 6. A saber, despertarse en Nueva York para coger un avión desde La Guardia a Pittsburgh (Pennsilvania). Allí alquilar un coche para estar dos horas en la carretera hasta una empresa en el vecino Ohio, en un pueblo cuyo nombre adoraréis: ¡Hannibal! Evidentemente, nadie se queda a comer en un pueblo llamado así (recordemos que sin embargo sí se duerme en Ripley), dado el nombre de gourmet del lugar, con lo que todo el mundo coge el coche y se va a comer al restaurante de la cadena Bob Evans más cercano, que está ya en West Virginia. Después hubo que volver hasta Pittsburgh y coger un avión (de hélice, pero avión) hasta Evansville, en Indiana, en el sur. Exciting, fantastic Evansville y su aeropuerto, nos regaló la mejor imagen de todo el viaje: unas ancianitas sentadas en sus mecedoras mirando los aviones llegar a través de las cristaleras -look at the ladies...-. Aunque era lunes, no pretendíamos que la noche pareciera tan excitante. Allá, en Evansville, Indiana, de nuevo en la carretera, en todoterreno con plaza para 8 personas y maletero enorme, llegamos hasta Henderson, Kentucky, tras una horita de conducción previa cena en el restaurante Cork and Cleaver, que ya no sé si es cadena o no, no tuve fuerzas para preguntar. Santo Dios, qué agotamiento.


La carta del Cork'n Cleaver, una declaración de principios
Los Bob Evans son, como digo, una cadena de restaurantes media. Se supone que tienen el estilo de las granjas de Ohio -tierra de amish-, con sus cortinitas de cuadros, y sus paredes de imitación a madera. Las raciones son desmesuradas. El cheesecake es directamente agotador. Otra nueva cadena que descubrimos es el Crocker and Barrell. Esta es una cadena de restaurantes de comida a la antigua usanza. Van acompañados de un store donde uno puede comprar todo tipo de objetitos antiguos de decoración y productos caseros. Me quedaron ganas de comprar mermelada: era excelente, pardiez. Pero uno no se arriesga a llevar nada en la maleta que pueda excitar a los perros de los aeropuertos, claro. En este restaurante me recomendaron zamparme un roastbeef con mashed potatoes and cheese & macaroni, que, debo confesar, estaba muy bien dado el habitual nivel de estas cosas. Pero me asombraron, puesto que se trata del primer restaurante en el que veo que no sirven alcohol. Cuando pedí mi cervecita (lo mejor para digerir estas cosas), se me apologizaron enormemente y... Se ve que uno se acercaba al sur. Y nos acercamos más, sí. Desde Kentucky cruzamos a Tennessee, donde resulta que descubrimos que la 'Jack Daniels Distillery' es nada menos que un historical landmark. No dudaba yo de que se visitara y se pagara por entrar y demás, pero de ahí a verlo directamente en la carretera anunciado como algo de interés turístico cuando en un restaurante a tiro de piedra no te sirven ni una triste Samuel Adams... Pero en Tennessee sí que tuvimos tiempo de estar un par de horitas en Nashville, una vez que habíamos hecho las visititas del día, a primera hora de la tarde y antes de volver en avión para Pittsburgh. Nashville es bastante poca cosa, la verdad, pero tiene una única manzana de interés. Allá en el downtown, junto a un edificio que conocen como ‘el Batman’ (un rascacielos con orejas, así son los arquitectos por allá), está el famoso Auditorio Ryman, donde por el módico precio de 10$ pueden ustedes subirse al escenario donde han cantado estrellas como Harry Conick Jr., Dolly Parton, el múltiplemente homenajeado Johnny Cash, Kenny Rogers, John Denver, Garth Brooks... Más interesante es la calle Broadway, donde a plenas cuatro horas de la tarde y bajo el sol del sur, estuvimos en una estupenda tienda con fábrica de guitarras (yo como no entiendo sólo disfruté con el lado estético de las mismas, aunque me mosqueé porque no había para zurdos. Ni siquiera bajos. ¿Y si entra McCartney?), y en los bares donde los perdidos del país se acercan a cantar, buscando el éxito, sin cobrar un duro. El más famoso de estos locales es el Tootsie's, no porque Dustin Hoffman pasara por allí a pintarse el ojo, sino porque es el nombre de la dueña de hace unos años, mujer que debía ser de gran carácter, que dio fama al lugar, en el que se han rodado unos cuantos ignotos éxitos cinematográficos del mundo country americano. En Tootsie's había un ambiente... digamos que estupendo... Pensionistas americanos haciendo fotos al local. Un grupo de tres pimpollos tocando, tocados con camiseta blanca bajo camisa de cuadros de manga corta, con cinturón ancho y pantalones vaqueros ajustados y márcalotodoquesoymuymacho, de pieles blancas y pelos rojizos que sobresalían de los sombreros tejanos (y del borde de la camiseta, claro). La concurrencia de la barra también estupenda: seis tíos, todos ellos sin compañía, bebiendo sus cervecitas a morro prácticamente tragándose el cuello de la botella, vestidos de pantalón corto, y no sé si tenían el cuello rojo como auténticos rednecks porque cualquiera se atrevía a mirarles. Ellos sin embargo no tenían este problema: no sólo íbamos demasiado elegantes para semejante local a tales horas, sino que en nuestra party venía una muchachita veinteañera de buen ver a la que, tal vez dado el carácter inserso del personal femenino de Tootsie's, uno de los contertulios se comía con los ojos mientras le daban tics faciales, como si tuviera un Tourette al estilo Jordi Pujol. Bueno, antes de que hicieran con nosotros algo como lo que hizo la feria de la carne con los mecas de Inteligencia Artificial, salimos de allá por patas. Tuvimos un momento de relax en un impresionante store de discos de vinilo, un local en pleno centro de la ciudad, totalmente vacío de compradores, donde se vendían prácticamente sólo elepés (ay, qué maja pinta tenían algunos de Emmylou Harris) y singles del adorado plástico negro.


Lo más al sur que cruzamos fue Alabama... El señor conductor me había prometido que en nuestro único día allí iba a escuchar por la radio el Sweet Home Alabama, pues allí lo emiten con frecuencia en las radios. Los Lynyrd Skynyrd, por supuesto, son los héroes del estado. Y ciertamente, en Alabama los cielos nos fueron siempre azules. Y los campos estaban preciosos: del blanco color del cotton (pronúnciese 'cáron'), con sus pequeñas plantas ya en flor cubriendo hectáreas y hectáreas. No hubo suerte: por mucho que el driver cambiaba y cambiaba de emisora, no encontró a los Lynyrd Skynyrd. Y eso que pilló emisoras nostálgicas. Posiblemente sea de lo más bizarro acabar escuchando el Sweet Dreams de Eurythmics en Alabama. Bueno, supongo que eso es mejor que mis amenazas de cantar. Yo es que si me meten de paquete en un coche muchas horas no puedo evitar que las ganas de cantar me traicionen. A no ser que me pongan la radio. Cosa que hicieron tras agotar la 'apropiada' colección de cedés de George Gershwin y Dwight Yoakam.

Y este año, una vez más, tuve huracán, aunque esto me tocó en el este y de refilón. En los EE.UU., en septiembre, las posibilidades de tener un huracán son del 50%. Yo estuve cuatro años atrás encerrado en un hotel de Atlantic City viéndole (con perdón) el ojo a Floyd. Cuatro años después, con frecuencia olímpica, apareció Isabel. Bueno, lo mejor de los huracanes por allá es el despliegue mediático. Las cadenas enloquecidas ante la espera. Los presentadores mecidos por el viento desmesurado retransmitiendo en directo desde la playas de North Carolina mientras las señales de tráfico salen volando detrás de ellos. La gente tomando provisiones en los supermercados (según el telediario). Y luego todo el mundo tan normal. El huracán pasó en unas horas, lo cual resulta hasta decepcionante, dada la expectación creada. Aunque no tanto como fracasar intentando hacerle ver a un yanqui la gracieta de los spaniards del grupo con eso de 'hoy comemos con Isabel'. Vamos, que eso de 'Isabel is a trademark for canned tuna in Spain' debió parecerle una gilipollez suma. A nosotros Isabel nos pilló en el norte del estado de Nueva York, cerca de las Niagara Falls, en una zona llena de poblados y nombres de accidentes naturales que remiten a las culturas clásicas: Syracuse, Athens, Ithaca, Albany, Seneca (aunque esto también es nombre de indios; por acá también pululaban los iroquois de Jamiroquai). Apenas algo de viento fuerte y lluvia, ni siquiera demasiado cálida. Floyd en ese sentido descargaba agua de temperatura en la que uno se podía duchar perfectamente, aquello fue revelador. Una decepción en toda regla esta Isabel, desde luego. Y en Syracuse nos esperaba Jetblue…





Jetblue es algo impresionante. Cuando nuestros amigos americanos nos reservaron los billetes de avión con los que llegaríamos a NYC a pasar el fin de semana, lo hicieron en esta compañía, a un preció verdaderamente tirado: 46$ cada billete. El vuelo es corto, ya que Syracuse está a unos 400kms (calculo) de NYC, pero aterrizar en esta ciudad siempre es complicado, con el tráfico aéreo y esas cosas. Total, que tardaba una hora. Yo ya me temía lo peor. Una Great Lakes Airlines rediviva en el este. Me extrañaba, porque venía mucho personal a la puerta del avión en Syracuse mientras Isabel moría sin pausa a través de las cristaleras, y eso significaba un avión mayor. Y sí, era un avión de turbina, menos mal. Y directamente impresionante. Para empezar, tiene televisión en directo en cada asiento, en unas pantallas de cristal líquido digamos que la mitad de tamaño de la pantalla de un portátil usual pero con una calidad de imagen increíble. La tele en directo es la publicidad de promoción de la casa, nada menos que treinta canales de TV, entre ellos los más típicos de las televisiones americanas. Esto no lo había visto yo nunca ni sabía que se pudiera hacer. Ya saben, aquello de que hay que apagar aparatos electrónicos al despegar y aterrizar y esas cosas. El programa empezó después de despegar, pero el personal aterrizó viendo Los Simpson (menos mal, así se olvidaban de los bandazos que daba el viento, que arreciaba en NYC, más influenciada por Isabel y a una temperatura de 27 graditos). Bueno, Jetblue además tiene una distancia entre asientos estupenda. Esto ya lo había apreciado en los vuelos internos en los EE.UU., que se ocupan algo más de que la gente quepa. Las razones son directamente geométricas: con la distancia entre asientos en los aviones europeos, la mitad de los yanquis obesos, gigantescos y grasos no entran en un asiento. Incluso ni en dos. Bueno, Jetblue las superaba a todas. Podía uno extenderse pero bien. Además, el avión era nuevecito y reluciente. Nunca había ido yo, creo en avión tan impecable. Finalmente, la última sorpresa: todo el personal de cabina era negro. Esto no es un comentario racista, sino un hecho objetivo y rarísimo. Hay que considerar que es poco habitual ver negros viajando en avión en los EE.UU., calculo yo que el 85% de los viajeros es wasp, y el resto incluye orientales, hispanos, negros. Y aunque pueda parecer extraño, esto mismo suele suceder en el servicio de a bordo, ahí ya me imagino que entrarán discriminaciones contractuales basadas en 'lo que le gusta ver al pasajero que vuela con nuestra compañía'. Por supuesto, simpatiquísimos los de Jetblue. Y el avión ya iba llenito de newyorkers megafashion de los que te miran con cara de morderte si les mantienes la mirada o que te observan desde lo alto de sus hombros. Claro que mucha mirada cool y mucha gafa de diseño y luego abarrotan aviones a 6.000 pesetitas el billete, ayyyyy.... Pero dejemos NYC, que eso es otro capítulo que se hizo a pie...

En este, que se hizo sobre todo en carretera y en avión, hubo la posibilidad de disfrutar del countryside de Pennsilvania en su verdor máximo, tras un verano lluviosísimo y mientras los árboles ya van cambiando algo de color. Resulta que en los folletos turísticos hay una 'fall season' para venir a observar por estos lares esto del cambio de la hoja. Imaginad lo que debe ser en Maine o Massachussets. En cualquier caso, algo mucho más saludable que lo que se veía no hace demasiados meses. Las casas siguen teniendo casi todas banderas americanas. También muchos comercios siguen con las pegatinas de 'United We Stand'. Pero no hay comparación con el país de febrero, ese país que llegaba a sentirse acosado por alemanes y franceses porque no querían compartir con ellos el desmantelamiento de las armas de destrucción masiva de Irak. Ningún cartel que indicara 'God bless our President Bush', ni siquiera de 'God bless America', bendiciendo las autopistas, las calles... ¿qué ha pasado? En este periodo al Bush de turno le han salido unas encuestas que indican que no lo tiene tan fácil como todos asumimos en intención de voto para el año que viene. Incluso le pronostican derrota frente a ese general Clark que hace un mes no sabía él mismo si era demócrata o republicano. Pregunto a nuestro querido agente, que tiene una pinta de republicano que no puede con ella. Y lacónico me responde que 'well, you know, he has to find some weapons in Irak'. '¿Y el patriotismo? ¿¿¿Y la libertad???' le respondo yo poniéndome en pie, saludando a los cielos que guiaron a Colón a este continente sin par. Huy, no, esto último creo que lo soñé, no lo hice, no. Caí en silencio, demudado, faltaría más. Que en la empresa de mi querido agente vi yo veinte cuadros de aviones y barcos militares, y no está el oven para cheesecakes.

Viaje realizado en septiembre de 2003 (etapa ii de iii)
Distancia Santa Fe – Nueva York: 3223 Km.






martes, 8 de febrero de 2011

The eternal Santa Fe


Esta América (del norte) que me ha tocado ver es la del post a todo. Es la America del post guerra-con-Irak, del post anti-gabachismo, hasta del post-ground zero. Ya verán, ya.

La odisea de vuelos inicial era Bilbao-Frankfurt-Denver-Santa Fe. De Bilbao a Denver, el personal in charge era evidentemente de Lufthansa, lo que asegura un cumplimiento exquisito de las regulaciones. Entre ellas, en el aeropuerto de Frankfurt, el repaso corporal antes de embarcar al avión, realizado en esta ocasión de manera bastante impúdica por un joven germano de aspecto pizpireto que no dejó resquicio de mi cuerpo sin manosear, y estoy siendo veraz y literal, no había visto yo tamaño atrevimiento. Se sonreía el cabroncete mientras despertaba mis cosquillas... En fin, allí había llegado yo medio zombi, después de haberme acostado a las tres de la mañana y levantado a las cinco, el avión salía a las siete. Uno aún hace alguna locurita de vez en cuando, no puede evitarse la tentación de recuperar cierto feeling juvenil. La llegada a Denver fue puntualísima, claro. El viaje, monótono en grado sumo, lo compartí con una pareja de daneses jovencísimos y enamoradísimos que tuvieron el buen gusto de separarme a su vez de un yanqui plasta que no era capaz de callarse miles de consejos para la (imagino) luna de miel de los tortolitos de Copenhague, viajes en helicóptero por el Grand Canyon y en coche por el Death Valley incluidos. Evidentemente, estos sobrinos de Hamlet tenían bastante más idea y mejor organizada de lo que iban a ver por la tierra prometida y entre beso y beso rebuznaban -educadamente eso sí- ante el acoso del americano. Pero lo bonito fue llegar a Santa Fe... La línea aérea que vuela a Santa Fe se llama, de manera totalmente inexplicable, Great Lakes Airlines. Se trata de una compañía pequeñita, con vuelos a destinos pequeñitos (aunque ninguno en un estado de los Grandes Lagos), y con medios pequeñitos. Sin ir más lejos, las tarjetas de embarque y los comprobantes de equipaje los hacen a mano. Y debe ser siempre así, porque no había ordenadores en sus mesas... Esto, me reconocerán, es algo muy fuerte, ¿no? Bueno, pues el avión se correspondía con lo que pudiera esperarse de tal despliegue de medios. Puedo decir que ya sé lo que es volar en una avioneta de las de verdad, esto no alcanzaba la categoría de avión de hélice. Capacidad para sólo catorce pasajeros separados en siete filas de dos columnas y un pasillo mínimo en medio. La puerta de la cabina de pilotos siempre abierta. Hélices pequeñitas, tipo Indiana Jones, de las ruidosas. Se oían a las maletas tambalearse en la bodega... De Denver a Santa Fe se pasa por encima de una sierra colateral de las Rocky Mountains. Allí siempre hay nubes y turbulencias, y bastante viento. No vomité porque soy de Bilbao y hay que dar una imagen, claro. Pero creo que debí llegar color verde caqui con irisaciones violetas a Santa Fe. Cuyo aeropuerto, construido en imitación a adobe, tiene un tamaño así como de piso de protección oficial. Las maletas, no podía ser de otro modo, las recogen en una camioneta y las entregan en la puta calle. No hay taxis –esto es la primera vez que lo veo en un aeropuerto los EE.UU.-, sino shuttles para llevar a todos al centro a la vez. Como tampoco podía ser de otro modo, somos diez pasajeros y han perdido 3 equipajes. Es el porcentaje habitual de Barajas, así que no pueden decir que no estén a la altura de grandes aeropuertos. Y, claro, hay que esperar bajo el fresquito viento de Nuevo México (Santa Fe está a dos mil metros de altura y a la noche hace rasca pues) a que todo el mundo haga su reclamación... lo cual tampoco le viene mal a la agitación estomacal tras el vuelo 'bumpy-jumpy' (palabras textuales del capitán) que tuvimos. Todo esto me resulta incomprensible, yo había estado ya en Santa Fe, cuando era pobre, joven y enamoradizo, y sabía que era una ciudad turística, y eso no encaja con semejante caja de zapatos de aeropuerto. La explicación es que el personal llega vía Albuquerque, que está 'sólo' a 60 millas y es aeropuerto de verdad, con ordenadores y personal de tierra y todo. Por supuesto, el calvario de vuelta fue similar, en el mismo avión y esta vez sólo con tres pasajeros. Por estadística de equipaje, en esta ocasión me tocó a mí perder la maleta, claro, que no recuperé hasta un día más tarde en la Pennsilvania prehuracánida. Great Lakes Airlines... me río yo de Freddy Krueger...

Pero mientras tanto nos quedaba Santa Fe, qué demonios. El congreso al que asistía se celebraba en el Hotel La Fonda (así, como suena, en español que es el lenguaje que se habla en Nuevo México y en su capital), edificio histórico y megachulo, con más de 400 años de historia, y reconstruido miles de veces en... imitación a adobe. Está en el mismo centro de la ciudad, junto a una plaza con un monumento conmemorando las victorias sobre los salvajes indios (hay un cartelito políticamente correcto anunciando que en otras épocas el lenguaje de la historia no era el adecuado), la iglesia católica de San Francisco (por fin, algo de piedra de verdad y nada de adobe), otras iglesias, y el Palacio de los Gobernadores... Santa Fe es una pena, señores. Una de las ciudades más antiguas de los EE.UU., fundada en 1598. Con una historia apasionante, que ha pasado por un periodo español, otro mexicano, otro de 'ocupación' -así lo llaman en los museos- americana y que finalmente es un estado federal propio, que ahora ya es sólo un paraíso para el comprador de arte. Es la segunda ciudad con más galerías de arte de los EE.UU. después de NYC... Y no queda prácticamente nada original, pero eso sí, como hay que mantener el feeling, hacen edificios bajitos y porches imitación, y todo lo decoran como si estuviera hecho de adobe. Pero queda tan artificial, queda tan claro que les ha podido su necesidad de reconstruir todo, de no admitir lo que una cultura anterior pudo haber dejado... En fin, la ciudad se ve en una mañana. Una visita al Museo Georgia O'Keefe inapelable para los amantes del surrealismo, el arte abstracto y las imágenes impactantes de esta mujer. También una visita al Museo de Nuevo México. La mitad de él está dedicado a los judíos alemanes que emigraron a New Mexico en el siglo XIX. La otra mitad es bastante más modesto y repasa toda la historia del estado... Las pequeñas iglesias del diecinueve... Ya sólo queda ir de galerías, incluyendo los artistas que pintan en la calle. Ahí siento la tentación de comprarme una lámina que una pintora wasp expone. Se trata de una imagen de la Virgen María, con su manto y un aura a imitación de -pensé yo- la Virgen de Guadalupe u otras similares. Lo guapo era que las manos y la cabeza correspondían a un esqueleto. Ahí me entusiasmé yo y los muchos años de educación católica en reverenciales miedos a Dios y a la muerte. La pena es que era demasiado grande, acuarela, bastante carita, un viaje taaaan largo por delante... La mujer me aclaró que siendo yo español y católico debía estar al tanto de las tradiciones de las vírgenes y los bultos. 'Excuse me?', dije abriendo atónito los ojos, pues ambos conceptos en conjunción me resultaban algo incompatibles. Y ahí me entero, en perfecto inglés, que un bulto es una figura de un santo rodeada de un aura como el que ella había empleado en esta virgen. Lo que se aprende cuando se viaja, señores.


Por lo demás, el congreso fue adecuadamente aburridito. Yo me temía lo peor, salvo por el hecho de que viendo los participantes me encontré con que uno de los speakers era nada menos que un tipo que trabajaba en Azkoitia, que acabó siendo un ingeniero residente en Barakaldo. Hay que joderse, pues. Y trabajando no en lo mismo pero sí en algo similar a lo mío, oigan. ¡¡¡Y tener que encontrarse en Santa Fe!!! Por lo menos tuve conversación continuada en el idioma natal en descansos y comiditas. Además de que después se nos sumaron un peruano y un argentino. Como suele suceder, formábamos la mesa más bulliciosa. Pero, vamos, las conferencias fueron el rollete esperable. No tanto los actos sociales. Que incluyeron una visita al Folk Museum de New Mexico, uno de los museos más bizarros que he visto en mi vida. porque es un museo de todas las tradiciones folk del mundo, lo que en el extraño entender de los responsables del mismo incluye desde banderas americanas de nueve estrellas (¿y cómo es posible, si se independizaron siendo trece estados?), figuritas que reproducían un rito azteca, marionetas de samurais, y hasta soldaditos de plomo, castillos de princesas europeas hechos con papel de aluminio reciclado de los paquetes de cigarrillos, e incluso un Mazinger Z colgado del techo. En fin... allí mismo nos dieron unas danzas indias, la del águila y la del búfalo, la primera bastante coñazo, la segunda soportable interpretadas por muchachos de aspecto esperable (la familia García, la presentó en español después de hacerlo en inglés). No se pierdan la vestimenta: tela de color blanco, cascabeles en las rodillas, las chicas incluso llevaban un gerriko rojo... Quienes hayan visto un aurresku me entenderán los paralelismos. Uno se dice aquello de 'joder con las tradiciones de la edad de piedra'. El baile, claro está, no tiene nada que ver. El aurresku no deja de ser algo altivo, acá en Santa Fe los bailarines se humillan ante la naturaleza, su mirada se dirige al suelo, los pasos no son una demostración de físico y juventud precisamente.

Y no podemos dejar de dedicar unas líneas a la deliciosa gastronomía del país, este texmex regado de margaritas gigantescas, donde se rellenan los tacos cada uno con salsas guacamole y mayonesa, y donde la guarnición que nunca falta son un conjunto de frijoles (a escoger entre tintas -o tal vez eran pintas- y negras, según el room service de La Fonda) de explosivas características. Uno no puede quejarse de falta de actividad intestinal en Santa Fe, no, eso es seguro.

Mejor, dado el ajetreo que se me venía encima...

Viaje realizado en septiembre de 2003 (etapa i de iii)
Distancia Moscú-Santa Fe: 9.279 Km