jueves, 30 de agosto de 2012

El porqué de un viaje



El porqué del viaje era asistir a una conferencia de nombre terrible, éste: 2010 Industrial Cooperation & Promotion Conference of Rare-Earth & Tungsten in Ganzhou City, Jiangxi Province, China. La traducción real viene a ser así como Conferencia para explotar pero bien los metales de la provincia. Se celebra en el Gran Hotel Jin Jiang de Ganzhou, que es un hotelazo tipo norteamericano, con grandísimos espacios y salones para conferencias, en uno de los cuales se celebra el acto. No deja de ser algo a lo que nunca creí que asistiría, una representación hija del realismo socialista: un cartel enorme en rojo y amarillo con grandes ideogramas chinos preside la sala. La mesa presidencial es larga, en ella se sientan 16 personas, y todas ellas van a hablar (Cheng me informa, amenazante, que se trata de 78 speakers en total). Invariablemente, el speaker está vestido de camisa blanca y habla desde el atril, decorado con telas con flores pintadas. Es varón, de mediana edad, prácticamente grita al público. A veces aplauden, además de al final de cada intervención: siempre 5 segundos de aplausos breves, con el aroma sutil de lo programado.

El tono es siempre grandilocuente, y la seriedad impone. Las palabras son grandes (desarrollo, objetivos, cooperación, inversión, medio ambiente), y no se usan otros medios tecnológicos que la voz. La falta de humor contrasta con el humor y animación que cualquier reunión de chinos muestra siempre. Además, hablan todos los organismos, lo cual supongo busca no ofender a ninguno de ellos: alcaldes, gobernador, secretarios del partido, miembros del gobierno… En un entorno comunista, Ganzhou se ofrece para ser invertida y explotada, y busca el capital que lleve el progreso a su provincia. La traducción simultánea se entiende bien, aparenta ser buena. Todos los conferenciantes terminan sus alocuciones deseándonos buena salud y una excelente carrera profesional. El acto termina con una ceremonia de firma, que es el propósito principal: el partido comunista vende licencias de explotación de minas y plantas a los incipientes capitalistas chinos. Cada empresario sube al estrado con el alcalde de la zona donde compra el terreno. Firman. Fotos. Aplausos. Ya está. Por supuesto, somos objeto de mil fotografías y grabaciones mientras estamos en el acto, auténticas estrellas mediáticas ante la escasez, importante, de occidentales.

Pero nuestra presencia es importante para Chen, uno de los firmantes, porque muestra a las autoridades que tiene negocios con empresas extranjeras que le muestran su apoyo. Por ello, después de los discursos y las firmas, podemos también empezar a visitar minas del mineral de interés y localizaciones para una posible planta de tratamiento del mismo. Esta experiencia cercana al casting deparará grandes momentos durante los dos días en la provincia de Jiangxi…

En mi vulgar imaginario occidental, una mina china es por definición un lugar peligroso. Ya sé que no todas las minas son iguales, que no es lo mismo el carbón que el hierro que la dolomita, pero tras años visitando China y conociendo el nivel de prevención en sus plantas, el hecho de llegar a una mina, punta de lanza de la actividad preventiva por su riesgo inherente, en el país de mayor número de víctimas mortales del mundo en el sector, encendió mi prudencia (por no decir acojono) natural. La mina era en realidad una pequeña colina, a los pies de la cual seguía la actividad rural con aperos y animales que bien pudieran ser los de hace 3000 años. Para llegar, tras dos horas y media de viaje, nos llevan en los todoterreno de fabricación norteamericana de los actuales dueños de la licencia de la mina. Y los vehículos son necesarios pues el firme no es tal. Al llegar, rechazo bajar al pozo. Pero Chen, Cheng y L. descienden en un ascensor de obra, con su casco. Cuando el elevador ha desaparecido, una nube de vapor sube por el hueco, suspirando brevemente como un organismo que acaba de tragar un bocado que le produce gases. En teoría están a 100 metros por debajo de mí, que tengo tiempo de mirar el paisaje, cruzar miradas con un operario que han dejado arriba y con el que la comunicación es imposible, y mirar a los agricultores a lo lejos, o, más cerca, a las mujeres que trasladan en carretillas las piedras de mineral. Tienen un color verde fascinante (las piedras, no las mujeres; aunque habría que mirar sus pulmones, porque nadie lleva protección alguna). El tiempo se estira. Pasa por mi cabeza uno de esos momentos de extrañamiento absoluto. ¿Qué hago yo aquí?, me pregunto. Nada, y no puedes hacer nada. O bueno, sí. Sentir una vibración fuerte, como si alguien echara piedras a la tejavana que protege el pozo. Como una pequeña explosión…



…pero nadie se inmuta. Aunque el corazón me da un vuelco, la tranquilidad de todos me hace seguir esperando inalterable, hierático, profesional. Después de 20 minutos, el elevador aparece por el hueco del pozo. Están mojados por el agua que cae continuamente por el elevador, pero no están sucios. Se lavan las manos y brazos junto a las habitaciones donde viven los trabajadores, en una palangana. ¿El ruido? Lo normal, pues. Una explosión controlada en otra parte de la mina, abajo debió sonar como si no hubiera un mañana. Mira que asustarme…

Las emociones del día se completaron con una cena en la que fue necesario beber un licor de 60 grados completamente inaceptable aunque hicieran GAN BEI de continuo, y una sesión de acupuntura exactamente igual al ritual del día anterior. Como si los chinos no fueran capaces de acabar el día a tiempo, necesitaran siempre más horas. Sólo se podía dormir bien, claro.

Viaje realizado en julio de 2010 (etapa ii de iv)

jueves, 23 de agosto de 2012

El porqué de escribir de un viaje


En realidad, había decidido no escribir sobre este enésimo viaje a China. Ha habido varios desde el último y no todos merecieron crónica. Pero cambié de opinión al ver esto: la espalda de L. (protagonista también de anteriores cuitas chinas) penetrada por 14 (¡CATORCE!) alfileres chinos, calentada por una lámpara y por dos cilindros hechos de hierbas y paño, que arden lenta y continuadamente como cigarros puros, y que una enfermera sostiene a 5 centímetros de su espalda. L. –soy su traductor al inglés, para que Cheng traduzca del inglés al chino- dice que el calor se expande por su espalda y además penetra en su piel. El doctor le ha tomado el pulso y reconocido la espalda. Le dice que tiene que beber menos y que tiene problemas de garganta. L. (que es de Bilbao) afirma correr 12 kilómetros al día y hacer 90 minutos de gimnasia, excepto domingos. Pero el doctor recomienda dos sesiones de acupuntura y masaje, hoy y mañana; obviamente, coincide con lo que Chen nos ha dicho que ha contratado desde un principio.

No era exactamente así, pero háganse una idea.

¿Cheng y Chen? Sí, ya sé, les suena a chiste, pero es como es, hagan ustedes el favor de ser universalistas y tolerantes. Cheng es el agente en Hong Kong, también aparición estelar en anteriores viajes por China. En estos viajes sufre con las traducciones del inglés al chino y viceversa, pero suele sobrevivir airoso y le queda tiempo para el humor (y los negocios). Chen es el gran señor de la empresa socia en China. Todo un carácter. Bueno, casi una fuerza de la naturaleza… ¿Y dónde estamos todos? Estamos en Ganzhou, una ciudad unos 500 km al norte de Shenzhen, desde la que se puede llegar en las emocionantes autopistas chinas. El día ha sido largo, hemos llegado de Europa, atravesado las fronteras entre Hong Kong y Shenzhen, y nos han traído en unas 6 horas de recorrido hasta esta ciudad. No hemos visto aún el hotel, pero hemos cenado y ahora estamos en la… ¿consulta? de este… ¿médico?

Tampoco es que el médico se pareciera a éste... Pero háganse una idea.

Porque podría perfectamente ser el piso del médico y no una consulta oficial. No lo aclaro, pero esto no es un hospital o una clínica, y hemos llegado después de atravesar un patio bien oscuro y subir cinco pisos por unas escaleras con regueros de agua por las paredes, humedad sin fin, y en completa oscuridad. Algo que ustedes nunca harían en una película si suena la música inquietante habitual; ¿verdad?. Hay un salón triste, iluminado por un escaso tubo fluorescente. Las sillas son de plástico, nada adorna las paredes desconchadas que necesitan una manita de pintura, nos sirven un té (el sabor es extraño y no paso de un dedal), hay una televisión apagada y un ventilador. Hace mucho calor. La sala de masajes consta de tres camillas, y no da impresión de demasiado higiénico, aunque tampoco es dramático. El médico afirma que estas técnicas que utilizan son las más avanzadas. Pero, por su lado, la camilla de escay verde le contradice: las zonas en que la guata está rajada y separada gritan la necesidad de, al menos, algo de mantenimiento que no encaja demasiado bien con la supertecnología prometida.

Durante la hora y cuarto de masajes y acupuntura necesito entrar en el cuarto de masajes para traducir las preguntas que hacen al paciente. El humo de los cigarros sanadores llena de aromas la sala. Hay un efecto narcótico. Al salir, en el salón, aunque rodeado de cinco chinos que no dejan de hablar, me quedo dormido un rato. Al cabo me despierto, y, tras un sueño revelador, empiezo a tomar estas notas…

Viaje realizado en julio de 2010 (etapa i de iv)
Distancia Burdeos-Ganzhou:  9812 km.