El porqué del viaje era asistir a una conferencia de nombre
terrible, éste: 2010 Industrial
Cooperation & Promotion Conference of Rare-Earth & Tungsten in Ganzhou
City, Jiangxi Province, China. La traducción real viene a ser así como Conferencia para explotar pero bien los
metales de la provincia. Se celebra en el Gran Hotel Jin Jiang de Ganzhou,
que es un hotelazo tipo norteamericano, con grandísimos espacios y salones para
conferencias, en uno de los cuales se celebra el acto. No deja de ser algo a lo
que nunca creí que asistiría, una representación hija del realismo socialista:
un cartel enorme en rojo y amarillo con grandes ideogramas chinos preside la
sala. La mesa presidencial es larga, en ella se sientan 16 personas, y todas
ellas van a hablar (Cheng me informa, amenazante, que se trata de 78 speakers en total). Invariablemente, el speaker está vestido de camisa blanca y habla
desde el atril, decorado con telas con flores pintadas. Es varón, de mediana
edad, prácticamente grita al público. A veces aplauden, además de al final de
cada intervención: siempre 5 segundos de aplausos breves, con el aroma sutil de
lo programado.
El tono es siempre grandilocuente, y la seriedad impone. Las
palabras son grandes (desarrollo, objetivos, cooperación, inversión, medio
ambiente), y no se usan otros medios tecnológicos que la voz. La falta de humor
contrasta con el humor y animación que cualquier reunión de chinos muestra
siempre. Además, hablan todos los organismos, lo cual supongo busca no ofender
a ninguno de ellos: alcaldes, gobernador, secretarios del partido, miembros del
gobierno… En un entorno comunista, Ganzhou se ofrece para ser invertida y
explotada, y busca el capital que lleve el progreso a su provincia. La
traducción simultánea se entiende bien, aparenta ser buena. Todos los
conferenciantes terminan sus alocuciones deseándonos buena salud y una excelente
carrera profesional. El acto termina con una ceremonia de firma, que es el
propósito principal: el partido comunista vende licencias de explotación de
minas y plantas a los incipientes capitalistas chinos. Cada empresario sube al
estrado con el alcalde de la zona donde compra el terreno. Firman. Fotos.
Aplausos. Ya está. Por supuesto, somos objeto de mil fotografías y grabaciones
mientras estamos en el acto, auténticas estrellas mediáticas ante la escasez,
importante, de occidentales.
Pero nuestra presencia es importante para Chen, uno de los
firmantes, porque muestra a las autoridades que tiene negocios con empresas
extranjeras que le muestran su apoyo. Por ello, después de los discursos y las
firmas, podemos también empezar a visitar minas del mineral de interés y
localizaciones para una posible planta de tratamiento del mismo. Esta
experiencia cercana al casting
deparará grandes momentos durante los dos días en la provincia de Jiangxi…
En mi vulgar imaginario occidental, una mina china es por
definición un lugar peligroso. Ya sé que no todas las minas son iguales, que no
es lo mismo el carbón que el hierro que la dolomita, pero tras años visitando
China y conociendo el nivel de prevención en sus plantas, el hecho de llegar a
una mina, punta de lanza de la actividad preventiva por su riesgo inherente, en
el país de mayor número de víctimas mortales del mundo en el sector, encendió
mi prudencia (por no decir acojono) natural. La mina era en realidad una
pequeña colina, a los pies de la cual seguía la actividad rural con aperos y
animales que bien pudieran ser los de hace 3000 años. Para llegar, tras dos
horas y media de viaje, nos llevan en los todoterreno de fabricación norteamericana
de los actuales dueños de la licencia de la mina. Y los vehículos son
necesarios pues el firme no es tal. Al llegar, rechazo bajar al pozo. Pero
Chen, Cheng y L. descienden en un ascensor de obra, con su casco. Cuando el
elevador ha desaparecido, una nube de vapor sube por el hueco, suspirando
brevemente como un organismo que acaba de tragar un bocado que le produce gases.
En teoría están a 100 metros por debajo de mí, que tengo tiempo de mirar el
paisaje, cruzar miradas con un operario que han dejado arriba y con el que la
comunicación es imposible, y mirar a los agricultores a lo lejos, o, más cerca,
a las mujeres que trasladan en carretillas las piedras de mineral. Tienen un
color verde fascinante (las piedras, no las mujeres; aunque habría que mirar
sus pulmones, porque nadie lleva protección alguna). El tiempo se estira. Pasa
por mi cabeza uno de esos momentos de extrañamiento absoluto. ¿Qué hago yo
aquí?, me pregunto. Nada, y no puedes hacer nada. O bueno, sí. Sentir una
vibración fuerte, como si alguien echara piedras a la tejavana que protege el
pozo. Como una pequeña explosión…
…pero nadie se inmuta. Aunque el corazón me da un vuelco, la
tranquilidad de todos me hace seguir esperando inalterable, hierático,
profesional. Después de 20 minutos, el elevador aparece por el hueco del pozo.
Están mojados por el agua que cae continuamente por el elevador, pero no están
sucios. Se lavan las manos y brazos junto a las habitaciones donde viven los
trabajadores, en una palangana. ¿El ruido? Lo
normal, pues. Una explosión controlada en otra parte de la mina, abajo
debió sonar como si no hubiera un mañana. Mira que asustarme…
Las emociones del día se completaron con una cena en la que
fue necesario beber un licor de 60 grados completamente inaceptable aunque
hicieran GAN BEI de continuo, y una sesión de acupuntura
exactamente igual al ritual del día anterior. Como si los chinos no fueran
capaces de acabar el día a tiempo, necesitaran siempre más horas. Sólo se podía
dormir bien, claro.
Viaje realizado en julio de 2010 (etapa ii de iv)