Nuestro último día en China parecía un día de trabajo y
negocios casi normal. Visitábamos la planta de la empresa en Shenzhen y como
hacía casi dos años que ninguno de los dos habíamos estado allí, la encontramos
cambiada, con nuevos edificios y laboratorios que indican cómo Chen sigue
creciendo. Encontramos una rareza nueva, bastante especial desde nuestro punto
de vista. El laboratorio está lleno de
fotos enmarcadas de los miembros de empresas europeas y norteamericanas del
sector que han visitado la planta de Chen. Como es un negocio con pocos
actores, ello supone que el laboratorio de la planta de nuestro socio en
China tiene fotos de los gerentes de
todas las empresas de nuestra competencia. Claro que para Chen son socios de
momento en potencia, no debemos olvidarlo.
Pero irse de China sin una bizarría final no estaría a la
altura, y sólo hay que esperar a la tarde, Hoy tenemos un nuevo doctor para L.
(que en buena hora confesó sus problemas de espalda a Chen), en un hospital
privado de Shenzhen. O eso nos dicen, aunque la palabra privado siempre despierta mis sospechas en China sobre su sentido
real. El caso es que el sitio es limpio, no hay colas y tiene una organización
aparentemente eficaz: ofrece más confianza como lugar médico que el piso casi
clandestino de Ganzhou. El doctor que va a tratar a L. (y también a Chen, que
ha pasado por las anteriores sesiones de L.) parece ser una celebridad. Varias
docenas de fotos en su despacho lo avalan: imágenes del doctor con más o menos
años en compañía de famosos chinos que nuestros compañeros de viaje nos
describen amablemente: el conocido político, la estrella de la canción, el
deportista maduro. Todo ello no asegura, empero, la deseada privacidad. Para
que L., después de explicado su problema lumbar que también afecta a su pierna,
sea tratado por el médico al que ya llamábamos Electric Doctor, necesitó quedarse en ropa interior mientras un
traductor al inglés (yo), otro al chino (Cheng), el médico, la enfermera, Chen,
y su socio chófer durante todo el viaje estábamos en la habitación. El doctor
eléctrico puso dos agujas de acupuntura a L. en la zona lumbar y otra
directamente en la nalga, abrió un maletín del que sacó dos electrodos de una
rueda de colores de feria (con intermitencias y todo), le dio uno a L. para que
lo cogiera con la mano, otro lo agarró él, y empezó a coger con su mano las
agujas aplicadas sobre el cuerpo de L., cuyos miembros empezaron así a temblar
como la de una rana en un experimento de vivisección. Y, de vez en cuando, la
enfermera cogía un destornillador dotado de un diodo, lo aplicaba sobre la
cabeza del buen doctor, y el diodo se encendía, causando regocijo sin par a
toda la China ahí congregada.
Duró una media hora y L. afirmó sentirse mejor.
Cenamos con el doctor y con su amante de, calculo, unos 30
años menos que él. Desgraciadamente, resultó ser un pesado de voz chillona que
se tiró hablando –chillando muy molestamente más bien- todo el rato,
denunciando la falsedad del 90% de los médicos que dicen hacer acupuntura real
en China, Shenzhen, o Hong Kong. Fue una pena, porque él solo se cargó una
excelente cena de cocina de Shanghai, mucho más elaborada y con mucha
caramelización, que gastronómicamente hablando fue de lo mejorcito habido ya en
ocho viajes a China…
Viaje realizado en julio de 2012 (etapa iv de iv)