La cita: ‘My moderator had taken his shirt off and was
pouring mussels on his chest, to facilitate the tanning process’ (H.S.
Thompson, adaptación libre)
Viajar con un
moderator siempre tiene ventajas. Conoce los mejores restaurantes, cómo escoger
el vino, viene dotado de eficaz GPS, cuenta las historias más increíbles sobre
jamelgas, mantiene eficaces relaciones con la nobleza y a raya a los zombis,
etcétera, etcétera… Así, hace semanas, en un momento de lucidez enológica, el
moderator propuso a este su seguro servidor hollar el mèdoc, recorrer sus
viñedos, captar su tanínica esencia de bodega en bodega, y alimentarnos con la
dignidad requerida por los caldos de la región. Sucumbí a la elegancia de la
propuesta (que nos hagamos un entrecopas,
coño), y metido en un coche me vi un martes de agosto…
El moderator
me aseguró que además dormiría en casa de un vizconde por un precio ciertamente
nimio. Bueno, no exactamente en su casa,
no: ¡en el chateau de su proprieté! Siempre tuve la duda de que
precio tan irrisorio no se debiera a anteriores relaciones de carácter
desconocido entre el vizconde y el moderator, pero ante la posibilidad de que sugerir
procacidad tal fuera contraproducente para la armonía del viaje, opté por el
silencio. El caso es que el tranquilo viaje desde tierras vascas hasta las
cercanías de Burdeos se vio amenizado por los recuerdos del moderator (hostias, Borge. Me he dejado el cargador del
móvil) y la aparición de la bienamada TOMASA. Tomasa en realidad es una
pastilla crackeada de las carreteras y caminos de Francia, que introducida por
el culete del tomtom del moderator nos acompañó en el viaje con dulce voz
femenina, acercándonos a los chatós varios, y orientándonos en el tráfico vil
de las poblaciones francesas. Tomasa no fallaba casi nunca, aunque fuera algo
pesada en ocasiones. Yo llegué a cogerle cariño.
Antes de
llegar a Burdeos, paramos en Dax a comer. Dax tiene aguas termales que ya
debieron aprovechar los romanos, pero sólo nos dio tiempo a ver una calle
comercial con carteles de toros y tiendas con banderillas y banderas españolas
(puritita Francia, ya ven) y a comernos un cazuelón de 600 gramos de mejillones
al vapor, demasiado pequeños y mal administrados como puede verse en los
documentos gráficos (esas cáscaras olvidadas de mala manera, vaya).
Pero
moderator se siente fascinado ante el tamaño del cazuelón y mentalmente apunto
que hay que recomendarle ir a Bélgica. Para hacer amistad viril, no obstante,
afirmo que soy capaz de disfrutar con un bivalvo en la boca. Pero él censura el
comentario con española elegancia mientras prefiere preguntar –con cierta
coquetería- la receta de los mejillones enanos esos a la camarera, que además
hablaba buen castellano.
De Dax a Burdeos,
moderator y servidor demuestran una asombrosa compatibilidad de siestas.
Mientras él necesita dormir siesta de unos treinta minutos justo después de
comer, aquí al conductor le basta con unos quince minutos de sueño ligero treinta
minutos después de comer. ¿No es maravilloso? ¿No empiezan las parejas mejor
avenidas con descubrimientos de este estilo? Esta inaudita alternancia de
somnolencias cuarentonas permitió optimizar los tiempos de conducción durante
el viaje y con la ayuda de tomasa (una señora, una reina), sobrevivir a la
rocade de Burdeos, y llegar rapidito a Castelnau de Médoc. Nos acercamos pues a
nuestra residencia, el impresionante Chateau de Foulon. A él se accede por un
bonito camino rodeado de una frondosa foresta. Se llega a un cuidado claro y a
la residencia en sí, un coqueto edificio de algo más de doscientos años
(imagino), con torreón para las escaleras interiores, rodeado de césped
primorosamente cortado, grandes árboles y una pandilla de pavos reales. Y todo
eso desde el coche y en apenas diez segundos de fascinada vista y expresiones
indicativas de nuestra plebeyez (oh, le
chateau, le vicompte, ou est-il, le
vicompte?)
El cható y el vizconde cumplen nuestras
expectativas. Aunque el hombre está mayor y lleva bastón (tal vez venga de un
tremendo paseo senderista, quién sabe) sube las escaleras con premura y nos
conduce a nuestra habitación tras un breve intercambio de palabras en francés. El
noble en cuestión se llama Jean de Baritault du Carpia, y ante eso sólo cabe
derrumbarse de placer sonoro. La habitación, por su lado, consta de dos chambres cada una con dos camas y un
baño con puerta a una de ellas. La decoración es rústica: chimenea, espejo
antiguo, escritorio y armario. No hay televisión,
no hay teléfono, no hay televisión, evidentemente no hay wifi.
El cható está
lógicamente en Francia, y, como francés, da una de cal y una de arena en el
baño. Mientras que la bañera no tiene cortina ni mampara y apenas trae dos
minúsculas muestras de jabón como cortesía de nuestro hospedero, cumpliendo así
los adorables tópicos del país sobre la higiene personal, la taza del water
resulta ultramoderna, con un casi inencontrable botón que pulsar para tirar de
la cadena (que hace un ruido infernal, telúrico, que parece surgir de las
mismas entrañas del cható y limpiar todas las cañerías del pueblo al usarlo),
y, sobre todo, está en la misma estancia que el resto de sanitarios del baño,
en contra de lo esperado. El bidet por su lado es enorme y ocupa el puesto
central del baño. Constatada toda esta felicidad hospedera, y teniendo
intenciones de visitar peripatéticamente los dominios del vizconde, los
recuerdos de la intensa vida del moderator reaparecen: hostias, Borge. Me he dejado el necéser en tu casa.
-¿El necéser y todo lo que lleva
dentro?
-Pues sí
-Pero, melón, si yo he mirado en tu
dormitorio y el lavabo antes de irnos
-Creo que me lo he dejado en el bidet
-O sea, no tienes ni cepillo de
dientes
-Estoooo… pues no….
-¡Moderator! ¿Qué es esto? ¿Así se
viene a instrucción?
Tal vez fuera
una táctica sutil de mi moderator para conocer el mercado francés al por menor.
O para conocer de primera mano Castelnau de Médoc, que se distingue sólo por
sus pandillas adolescentes (chicos moritos y chicas rubias a las que sus madres
visten de… francesas) y, que nosotros sepamos, por sus supermercados, dotados
de todo tipo de productos que el moderator tuvo que adquirir. Yo es que en
vacaciones no uso espuma de afeitar. Ni champú, ejem…
Las amables
indicaciones del vizconde con los horarios e iluminación del cható y sus promesas
de llamar a Mouton Rothschild (moderator salivando) por la mañana, un largo y
placentero paseo por la proprieté del
mismo, con sus 50
hectáreas de césped, bosque, estanque con cisnes, y el
establecimiento de relaciones con los pavos reales (quieto, coño), dieron lugar a la primera cena del viaje, en Arcins
–pueblo desierto como buen pueblo francés a las ocho de la noche-. Le lion d’or es el restaurante. Tras
moderados patés de gallina, el moderator se decide por cordero, y yo por confit de canard. Regamos con vino de la
región, no registrado en el cuaderno de viaje; quesos variados de postre. La
comida es tradicional y los platos principales son excelentes: la piel del pato
cruje con satisfacción bajo el peso del tenedor. En el restaurante una animada cena
de más de veinte comensales echa abajo el mito de que en Francia no se hace
ruido al comer. Eso sí, el urbanismo fumador es grande: todo el mundo sale
fuera del local a echar el pitillo. Y son legión, vive dios, llega a haber más
gente fuera que dentro. El maître
sale a saludar y, enterado de nuestro origen, da rienda suelta a su ‘español’, que
por razones desconocidas suena dos octavas por encima de su tono habitual en
francés, causando con ello la vergüenza de la mesa de nuestro lado, una pareja
de jóvenes discretos catalanes, que no nos dirigen ni la mirada, posiblemente
enfadados al observar dos ejemplares hispanos en la mesa de al lado comer como
bestias. El moderator moja su postre con un cognac
de precio que no olvidará (culín de alcohol por siete euros, oigan, mejoren la
oferta si pueden)
Regresamos al
cható, cuyo camino de acceso es ahora un oscuro túnel de árboles con piso de
gravilla en que bien pudiera temerse el ataque de un carnicero de Texas
desesperado. Afortunadamente, el camino entre el parking y el cható en sí está
dotado de modernos sensores de movimiento que activan la luz al detectar
nuestro andar elegante –con los brazos por delante, vaya-, porque no se ve
literalmente nada.
No podemos
comprobar nuestro correo electrónico ni mirar las noticias en el teletexto. Son
las 2245h y estamos en la cama.
Viaje
realizado en agosto de 2008 (etapa i de iii)
Distancia
Londres – Burdeos: 723 kms.