domingo, 3 de julio de 2011

¡Yo sobreviví a San Valentín en China!


El efecto del jet lag sobre mi compañero de viaje ha sido el contrario: consiguió dormirse a las dos, la hora en que yo me despertaba irremediablemente. Qué bonita compenetración. Afortunadamente, el desayuno del hotel puede ser occidental, por lo que acabamos con las existencias de mermeladas, cereales y yogures, con la decidida colaboración del resto de europeos y yanquis que llenan el local. Oh, sí, también podían desayunarse cosas como sushi (pero yo lo del arroz para empezar el día como que no lo veo), congé, pastelitos de gelatina, y otras lindezas que al vapor de las cazuelas del buffet llenaban de característicos aromas la sala hasta convertirla en un lugar de visita pituitariamente diverso.

Hoy el día de trabajo tiene dos características: tenemos que poner a punto la máquina que siguiendo nuestros diseños los ingenieros chinos han construido, y llegan a un hotel de la ciudad dos de los queridos jefes de la empresa, con los cuales hay que cenar esta noche para dar parte del state-of-the-art.

El trabajo en la planta hace de este día el más constructivo de todos, dada la forma entusiasta cuando no suicida del trabajo que realizan un conjunto de personas desbocadas con ganas de darlo todo a la mínima indicación. Desde luego que venían adoctrinados por el gran jefe de la empresa, pero eso de tener a ocho ociosos trabajadores alrededor de ti para que te traigan de todo (agua cada tres horas; una mesa; sillas; calculadoras; whatever…) o hagan de todo es una experiencia nueva. El catálogo de atentados a la prevención de riesgos laborales y al cuidado del medio ambiente (que le convierten a uno en experto en estos temas a pesar de nunca haberse especializado en ellos), la aplicación nula del sentido común a los medios de que ya disponen, y su rápida manera de aprender convierten al día en estimulante, y me hace pensar en que sería altamente constructivo para mucha persona de nuestra empresa, convenientemente funcionarizada en su puesto de trabajo y que tan exigentes son hacia todo lo que no es lo suyo propio, el darse un garbeo por acá y ver otros mundos. ¿Cómo puede entenderse que suban un bidón de 125 kilos por una escalera hacia una plataforma entre tres personas en un área en que disponen de un polipasto? Bueno, pues lo hicieron por primera vez ante nuestros ojos abiertísimos y alucinados.

-          Has visto, Luis, están cachas, eh?
-          Pero si tienen una grúa de 3 toneladas aquí al lado
-          Yo creo que quieren decirnos que aunque no sean de Bilbao centro…


Las reparaciones pequeñas que necesitaba la máquina se hacían al momento con los tíos colgados de cualquier lado, sin arnés alguno, y en posiciones inverosímiles. Cuando no nos hicieron caso respecto a la descarga de los materiales y cayeron los plásticos de recubrimiento de bidones en la misma tolva, un chino tamaño XS y que pesaría unos 40 kilos fue introducido por un compañero agarrado de un brazo dentro de una tolva llena de aluminio fino (sin máscara, claro, yo rezaba porque a nadie le diera por encenderse un pitillo en ese momento) para coger el polietileno en cuestión y dejarlo fuera. A las cinco de la tarde resultó evidente que la reparación grande que necesitaba la máquina era eso, grande. Dudamos que pueda hacerse y de hecho empezamos a ver el viaje como inútil. Decidieron todos ellos quedarse a trabajar a la noche, así por las buenas, a eso de las seis y media de la tarde y sin tenerlo previsto. Claro que ellos viven en unos apartamentos en el mismo recinto de la factoría (que de momento está en medio de la nada; sin duda parece una vida dedicada al trabajo…). Nosotros nos fuimos al hotel. Nos acicalamos para quitarnos las dos toneladas de polvo de encima del cuerpo (el único EPI que nos dieron fue un casco, ni botas ni batas ni gafas), recibimos al yanqui de la empresa colega (ya quisiéramos nosotros que fuera colega siendo yanqui, ejem) que se mete en este negocio con nosotros y a eso de las ocho menos cuarto nuestro alegre chófer nos recoge a los dos y al traductor (que vive en la ciudad y conoce el camino) para llevarnos a cenar en la bonita noche de San Valentín con nuestros nunca lo suficientemente adorados jefes.

Que conoce el camino he dicho, ¿verdad? ¡Un voto de confianza para el señor Yip! No he hablado aún del tráfico en Shenzhen, esperando este momento de gloria. Aunque en la zona hay autopistas de pago por las que no transita absolutamente nadie, de vez en cuando hay que cruzar un distrito, y eso ya es el caos. Avenidas de cinco carriles en cada dirección, en Shenzhen tenemos la modernidad de tener semáforos en los cruces. Aunque eso al peatón autóctono le importa poco. Él, cuando llega al final de la acera, simplemente cruza. No mira a los lados, no. Avanza, y ya pararán o le esquivarán. Como en efecto sucede la mayoría de las veces. De noche es más jodido dada la escasa iluminación, pero también es así. Por las calles circulan motocicletas con tres o cuatro personas subidas al sillín, sin casco evidentemente. Es además destacable la profusión de carros caseros, en los que han acoplado un motor a un eje de ruedas, y a eso le ponen un remolque pequeñín y ya pueden llevar la carga que sea. Peatones, motocicletas y estos carros parecen estar dispensados de la obligatoriedad de ir por su carril y de conducir por la izquierda, ya que aparecen por todos lados, haciendo que el viaje se convierta en un videojuego hecho carne que me río yo de la realidad virtual. Y no nos quejamos: en Changsha, ciudad del interior, además de esto yo recuerdo haber visto agricultores cargados de hortalizas en cuencos y vestidos con gorros chinos que a pie y con esa carga actúan exactamente igual que los peatones; es decir, sin parar, pero además ¡sin ver nunca nada de lo que pasa alrededor! Y en esa ciudad no hay semáforos… Curiosamente, no hay casi bicicletas en Shenzhen, a pesar del renombre chino en ese punto, y de encontrarnos en una ciudad realmente llana. ¿Tal vez el modelo jonkonés se sigue tanto que no hay ni bicis? En Hong Kong puede estar justificado, hay más cuestas que en Arabella. Nuestros queridos guías van avanzando valientemente entre todo este puré de vehículos, por carriles llenos de coches bocineros, totalmente rodeados en ocasiones de hasta seis autobuses y camiones, acelerando a lo bestia en cuanto aparecen tres metros de carretera para que no te cambien de carril o te hagan la habitual incorporación suicida. En una de estas, la incorporación es ejecutada por uno de esos camiones de dimensiones homéricas, que deja la chapa encima de su rueda, de más de un metro de alta, apenas a cinco centímetros de nuestro vehículo, que frena en seco con profusión de movimientos humanos y objetuales dentro de nuestro habitáculo. ¿Acaso una gota de sudor cae por la frente del conductor? Nah. Ni la Sandra Bullock de Speed. Bueno, tampoco transporta a Keanu Reeves, es cierto.


Los guías se pierden. Creo, no estoy seguro porque nunca admiten el haberse perdido, que un total de tres veces. Incluso preguntan en una gasolinera, porque tienen que parar porque se acaba el combustible. Hacemos treinta y cinco kilómetros en dos horas. Pero Alex Yip nunca ha aumentado el tiempo que tardaríamos en llegar al centro de Shenzhen, ciudad en la que, insisto, él vive. No parece entender mis inocentes comentarios tipo… y, claro, por este barrio exactamente no vives, ¿verdad? ó ¿sueles conducir tú mismo por aquí? Mira que yo no podría. Al principio íbamos a tardar 40 minutos. Al cabo de treinta y cinco minutos íbamos a tardar sólo treinta más. Y al cabo de una hora nos faltaban apenas veinte minutos. Cuando dijo que estábamos a cinco minutos me entró la risa, claro. A todo esto mi amado jefe, que pertenece a la categoría de seres que se encolerizan sin sutileza alguna cuando pasan quince minutos de su periodo de salivación y deglución alimentaria, llamaba cada poco para ver (cito) ¿dónde cojones estáis?. Así que combinando que se puso más tranquilo cuando le confirmaron que por ser San Valentín servían cenas hasta tarde (entiéndase, hasta las once) y que se calmó un tanto cuando asustado le dije que a poco más nos dejábamos la vida arrollados por un trailer asesino por cenar con él en noche tan absurda, dejó de llamar…

¿Con qué comparar el centro de esta ciudad nueva?. Dicen que el modelo es Hong Kong, pero lo niego, en Hong Kong todo es infinitamente más apretado y con mucho contraste entre edificio tecnologizado y puta mierda de vivienda tipo pensión de Wong Kar-Wai. Eso sí, a los anuncios fluorescentes de grandes compañías y del propio gobierno chino no parecen acompañar las hordas de peatones consumidores, sino que sólo se ven cochazos yendo y viniendo. Algunos cines, algunos restaurantes, los grandes hoteles de las grandes cadenas haciendo día de la noche, y más que ajetreados compradores de última hora, uno no deja de ver la sempiterna estampa de chinos parados esperando que pase algo o que alguien les diga qué hacer.

La cena de San Valentín transcurre en el restaurante del observatorio del hotel Sunshine, Shenzhenn Downtown. Somos cinco hombres, y tres filipinos cantan boleros con acento de Nat King Cole. Siboney, Quizás quizás quizás… todo es taaan In the mood for love… Los filipinos plastas pasan por cada mesa de parejitas (la mayoría son de occidental con china, cosa que creo desagrada mucho a los chinos, que piensan que los occidentales van a su país a quitarles sus (escasas) mujeres), y cantan un bolero. A nosotros no nos lo hacen, y el jefe se pone celoso. Me dice que me saca a bailar La cucaracha mientras esperamos al segundo plato (la cena es occidental, cojonuda por cierto, salvo la mierda habitual del carísimo vino francés). Le digo que saque a Luis, que yo no bailo con hombres más altos que yo. Hace como que le echa los tejos. Luis le dice al traductor casi a pleno grito que no les haga caso, que todo es cachondeo, que yo no pierdo aceite. Los filipinos fallan un acorde, y el chino le mira con los ojos abiertísimos, evidentemente no entiende ni papa y debe pensar que somos pervertidos como todos los occidentales. A mí me vuelve a entrar la risa y entonces descubro que me he amariconado de manera definitiva, que después de cuatro meses viviendo entre maricas malas mientras organizábamos un festival de cine, viéndolas a diario, ya estoy perdido para la convivencia fuertemente heterosexual y de la Otán. Porque me sale un pero txurri, ay qué cosas le dices, imagino que acompañado de alzamiento del meñique de la mano izquierda, que por la cara de mi interlocutor parece que ha sobrepasado la línea de aceptación habitual de las nunca lo suficientemente ingeniosas bromas homo entre hombres straight con casa, hijos y perro. Afortunadamente, un virulento ya no puede caminar por parte de la singular orquesta nos atrona a todos antes de terminar tan bello tema musical, y se cambia de tema.


Tras la cena, el jefe nos obsequia con una copa en el pub del hotel. Donde cantan tres negras de rasgos achinados. ¿Y qué cantan? Coño, pues boleros con acento de Nat King Cole, ¡¡¡qué va a ser!!! Después se desatan y cantan By the Rivers of Babylon y otras joyas del disco de los setenta, rodeadas de una cascada artificial y algo de decoración china gigakitsch. Se completa el pastiche con sus horrendos bodies de terciopelo rojo y medias de mallas. Bueno, no de mallas, más bien parecen las redes pelágicas que usan al norte de Hendaya. Bailan que hace daño a la vista, afirmo. Yo me siento algo bebido. Pero afortunadamente no hay que cumplir más. Sólo hay que volver a nuestro hotel con nuestro chófer, que parece tan fresco como cuando nos ha recogido a las ocho de la mañana. Para salir del centro, por supuesto se vuelven a equivocar dos veces. Pero como ahora hay menos tráfico, pues sólo tardamos hora y veinte minutos en completar los treinta y cinco kilómetros sin prácticamente un coche alrededor. Abundan los baches en este nuevo camino. No puedo evitar poner algunos sms hasta la piel de toro pidiendo socorro. Y encima me replican que no me meta con las (cito de nuevo) rameras maoístas. ¡Hábrase visto insensibles! Decididamente no hay solución. Al llegar al hotel y meterme a la cama cojo el China Daily que me han dejado en la habitación. Pero me duermo antes. Sólo tenía seis horas para ello, pero son continuadas. Uno tiene la sensación de que la pesadilla ha sido antes de dormir…

Viaje realizado en febrero de 2006 (etapa ii de iv)

2 comentarios:

  1. Ya lo has conseguido, no sólo adicta a tus reseñas sino también a tus viajes. Que estrés, por cierto! Me lo he pasado muy bien, pero no sé yo si me hubiera tocado estar allí...

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  2. Estupendo, Isabel, me encanta que las disfrutes. Sí, estos viajes laborales son siempre estresantes, y posiblemente por eso se disfrutan más contándolos que viviéndolos. Además de que China sea el país más raro que imaginar se pueda (bueno, vaaaale, de los que conozco). Por otro lado, yo reconozco que en mis crónicas viajeras me 'desparramo' literariamente hablando (aunque todo es real, eso sí).

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